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Hace veinte años callaron una de las voces más geniales que ha tenido Colombia: la de Jaime Garzón. La voz crítica y ácida del humor y la ironía en un país que, como hoy, lloraba y reía por igual y que, algunas veces...

12 de agosto de 2019 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Hace veinte años callaron una de las voces más geniales que ha tenido Colombia: la de Jaime Garzón. La voz crítica y ácida del humor y la ironía en un país que, como hoy, lloraba y reía por igual y que, algunas veces, hace veinte años, como hoy, parece salido de todo lado, menos de la realidad.

Veinte años después, el humor se sigue abriendo espacio a codazos, con un tribunal en redes sociales listo para aplaudir y hacer eco de lo que toda democracia necesita de sus humoristas: crítica. Y claro, risa y ojalá más risa. Pero también, como hace dos décadas, los humoristas de hoy tienen un tribunal de unos cuantos que se ponen furiosos ante las críticas y que pretender callar con tutelas, injurias o un ejército de trolles, todo aquello que no les gusta.

La tolerancia al humor y a la crítica, y la capacidad de ignorar lo que incomoda, son medidores interesantes de las sociedades. En realidad, de todo en la vida.

Cuando estamos niños si nos dicen ‘feos’ nos ponemos tal vez a llorar y salimos corriendo a poner la queja al papá o a la mamá.

Con la vida, uno va entendiendo que le pueden decir ‘feo’ y nada pasa, que tal vez es más feo el que lo dijo;  que incluso pueden insultarlo a uno y qué importa, al fin de cuentas uno decide quién es su interlocutor y a la opinión de cuál le da importancia y a la de cuál no. ¿No?

En eso consiste también madurar: en saber con quién y cómo discutir. Decidir si vale la pena hacerlo. Y como dice un refrán que alguna vez escuché: bobo no es el que silva sino el que mira. Y el que pelea. E inmaduro -y violento, seguramente- es el que se descontrola ante la crítica, el que pretende callar al otro, el que no soporta una burla incómoda, el que se deja perturbar por las incoherencias -o verdades- de los que quieren perturbar.

La madurez no es solo para los niños, es también para las sociedades. O las zoociedades, como diría Garzón. La diferencia, finalmente entre la selva, adonde toca sobrevivir entre animales carnívoros y la vida civil, es la inteligencia humana. La capacidad de reírnos de todo un poco. La tolerancia. La autocrítica. El criterio para darle importancia a lo que amerita. Lo demás es soberbia, destrucción, incapacidad de reflexión y, más dañino aún, pretender que todos debemos pensar, actuar y hasta reír igual.

Garzón fue único porque fue pionero y porque dejó un semillero de talentosos que veinte años después le apuestan al humor político que es tan genial cuando es genial, cuando no tiene ideología -nunca debería tener-, cuando es contrapoder y cuando se alimenta de lo que abunda en este país lamentablemente: la corrupción y la politiquería. Garzón y su tragedia abrieron una importante senda por la que Colombia ha deambulado en estas décadas, en la que falta cultivar más la semilla de la tolerancia y el respeto. Para que episodios tan infames jamás, nunca más, vuelvan a ocurrir.

Sigue en Twitter @vanedelatorre