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La universidad es un ámbito sagrado que propicia el debate intelectual en torno de cualquier tema. Desde la existencia de Dios hasta el comportamiento de un gobierno o de un grupo armado en una situación de conflicto.

27 de abril de 2024 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Desde hace varios meses las universidades de Estados Unidos, en particular las más sobresalientes, han sufrido disturbios, la pérdida de sus más altos directivos, el retiro de importantes donantes y se ha puesto en tela de juicio la libertad de expresión y la neutralidad de la institución universitaria frente a conflictos internacionales.

Recientemente, otras universidades no menos prestigiosas, como Columbia, Yale, el MIT, han mostrado que son también objeto de estas perturbaciones y de sus consecuencias. El tema central, la confrontación al interior de la institución académica en torno al conflicto que se vive en el Medio Oriente a raíz del monstruoso ataque terrorista del grupo Hamás a Israel y de la respuesta del gobierno de este país que afecta principalmente a la franja de Gaza y, por lo tanto, a sus habitantes de origen palestino.

La universidad es un ámbito sagrado que propicia el debate intelectual en torno de cualquier tema. Desde la existencia de Dios hasta el comportamiento de un gobierno o de un grupo armado en una situación de conflicto. Esa es su naturaleza. Eso es lo que se hace, rutinariamente, en los salones de clase, en los seminarios, en la elaboración y discusión de las tesis de grado, en los foros que se propician, en las cafeterías, en los corredores. Toda ella, la universidad, se caracteriza por ese debate permanente cuya principal característica es el respeto mutuo, la consideración inteligente de las diversas formas de pensamiento, y el respeto a unas reglas de juego muy propias de la controversia académica.

Pretender imponer la divulgación de un solo punto de vista es algo totalmente ajeno al espíritu universitario. Estigmatizar, agredir a quienes no comparten una determinada posición intelectual es una aberración. Impedir el normal funcionamiento de la universidad, sus clases, seminarios, foros, debates para así forzar el predominio de una línea de pensamiento es inaceptable. Es un tema en el cual no se pueden hacer concesiones. Ellas desdicen de la verdadera naturaleza de la vida universitaria. Las universidades, así tengan campus muy amplios, no son una plaza pública. Las reglas del juego del campo universitario y de todos sus ámbitos son muy diferentes de las que tienen que ver con un partido político o con una secta de cualquier índole.

No sobra recordar estas virtudes del ámbito universitario porque estamos viendo algunos comportamientos que no se compadecen con el auténtico quehacer académico.

Mientras tanto, en Colombia hemos visto una crisis en la Universidad Nacional porque sectores importantes no aceptan las reglas de juego que estaban acordadas para elegir su rector. Correr el riesgo de perder un semestre es un acto muy irresponsable. Que para muchos la matrícula es gratuita o cuasi gratuita es una explicación para justificar comportamientos que no coinciden con los valores que animan la vida universitaria. Lo ocurrido en la Universidad del Rosario es, al mismo tiempo, inusitado y consolador porque diferentes instancias contribuyeron a una rápida superación de la crisis. Una institución tan venerable merece la mejor consideración de todos sus estamentos. Y oh sorpresa, la señora ministra de Educación, la doctora Aurora Vergara, logró la aprobación de la nueva ley de educación superior. Admirable. Ella es reconocida como una excelente académica, con altas distinciones de valor internacional y una gran capacidad, como lo acaba de demostrar, para construir consensos en torno a un tema tan complejo y difícil.

Las universidades tienen mucho que contribuir para la superación de los múltiples y graves problemas que nos agobian.

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