Trump y Carlos III

El martes en la noche aterrizó en Londres el presidente Trump en compañía de su esposa Melanie. Se trataba de la segunda visita de Estado de un presidente de los Estados Unidos, en este caso el mismo presidente, como que la primera fue ante la Reina Isabel. No es común que ello suceda, ya que entre los diferentes tipos de visitas que existen, la de Estado es la más exigente y excepcional.

Como en el palacio de Buckinham, en Londres, están haciendo algunas reparaciones, la visita formal se inició en el palacio de Windsor, cerca de Londres, el que se incendió parcialmente, durante el Annus Horribilis, que experimentó la Reina Isabel. Allá tuvieron lugar los actos protocolares, muy importantes desfiles militares, exhibiciones, y un banquete, por supuesto, deslumbrante.

El jueves, así se ha dicho, fue el día político. El anfitrión fue entonces el Primer Ministro, y se trataron temas de significación global.

Es bien sabido que entre el Reino Unido y los Estados Unidos ha existido históricamente lo que se denomina una ‘relación especial’. Sobra decir que la Cancillería británica, quizás la mejor en el mundo, tiene una tradición que desborda la del departamento de Estado en Washington, y ha sido siempre una fuente de información y orientación para la diplomacia. Aunque en Gran Bretaña no existen los numerosos institutos y programas académicos de relaciones internacionales, ni los tanques de pensamiento regionales en la abundancia que se conoce en Estados Unidos, ella posee una tradición diplomática valiosísima. Además, caracterizada por una reconocida discreción. Formar parte del cuerpo diplomático acreditado ante la Corte británica, es un enorme honor.

Fue muy importante la incorporación de Gran Bretaña a la Comunidad Europea y de enorme significación su retiro de la misma, a raíz del voto mayoritario en favor del Brexit, o sea, de la salida de la Unión Europea. En el mundo que estamos viviendo, en el cual la política internacional ha sufrido cambios fundamentales, y cuando el orden internacional de la posguerra está prácticamente eclipsado, este encuentro entre la principal potencia mundial y la nación que tuvo colonias que llevaron a decir que en sus territorios no se ocultaba el sol, es de enorme importancia. Y ojalá la apreciable diplomática británica contribuya a mitigar algunos de los comportamientos característicos del presidente Trump en el escenario global.

Este encuentro debería tener repercusiones de carácter internacional de mucha envergadura. Más allá de los brillantes desfiles y ejercicios militares que la acompañan y del nivel exquisito del protocolo que la rige, esta segunda visita de Estado del presidente Trump constituye una reafirmación de la Relación Especial entre los dos países, y una deferencia inédita que debe valorarse en su pleno significado. La destitución del embajador británico en Washington, Peter Mandelson, la semana anterior y algunas manifestaciones públicas relacionadas con el caso Epstein, espero que no logren empañar este importante intercambio entre dos naciones tan cercanas.