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Alberto Castro Zawadsky

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Sueños gaseosos

Las fantasías del ‘fin de la humanidad’ podrán dar popularidad internacional al aterrar incautos, pero las políticas que se derivan, solo sirven para empobrecer al país

27 de mayo de 2023 Por: Alberto Castro Zawadsky

El “fin de la era extraccionista” anunciado con tanto bombo por el Presidente y su Ministra es uno de los disparates que más promoción ha tenido, por la connotación de parecer integrado a los luchadores verdes del mundo.

Tal vez tengan la oportunidad de ver el terrible daño ocasionado por una interrupción transitoria del suministro de gas al suroccidente colombiano. La energía mueve la economía. Sin fuentes de energía, todo se paraliza y el frenazo a todas las actividades tiene consecuencias desastrosas.

Una cosa es tener las sanas intenciones de buscar fuentes renovables de energía y planear una transición ordenada y otra es salir con planes como “ni un contrato de exploración más”. Lo han dicho todos los expertos y los que manejan cifras de la generación y utilización global de energía. Si Colombia deja de extraer combustibles fósiles, a nadie afecta y en nada contribuye al cambio climático. Lo único que ocurre es que disminuye una de las principales fuentes de ingreso del Estado, con la consecuente reducción de su capacidad para la acción social y alivio de la pobreza.

Pero la peor barbaridad es creer que en algo se ayuda dejando de extraer. La contribución real consiste en dejar de consumir combustibles fósiles. Y allí se ven solo contradicciones: Industrializar y desarrollar el campo, dos áreas que generan el 50% del efecto invernadero. ¿Con qué energía? ¿Dónde están los proyectos de campos eólicos? ¿Cuáles son los planes para apoyar las granjas solares? ¿La fabricación de paneles? ¿Cuáles son los nuevos proyectos hidroeléctricos? ¿Dónde está la propuesta del carro eléctrico colombiano?

No se ha oído ni una sola iniciativa que de verdad contribuya a la transformación de fuentes de energía. La propuesta de comprarle a Venezuela lo que dejemos de producir no solo es absurda sino violatoria del compromiso de trabajar por la Nación. No se entiende como no ha merecido juicio político.

El plan es simplemente dejar de usar energía. Abandonar el materialismo egoísta y volvernos sencillos, regresando a nuestra sabiduría ancestral de movernos a pie, cultivar con palas, vestirnos con paja y comunicarnos a gritos. Porque la ambición de llevar vidas cómodas en las que aprovechamos los inventos de la modernidad, están destruyendo el planeta.

Este discurso irrealista, lleno de falsedades dogmáticas se debe confrontar con la realidad. Es cierto que la mayoría de los científicos del cambio climático están de acuerdo en la contribución de la actividad humana, pero lejos están en coincidir con las dramáticas descripciones imaginadas por políticos y cineastas. Las fantasías del ‘fin de la humanidad’ podrán dar popularidad internacional al aterrar incautos, pero las políticas que se derivan, solo sirven para empobrecer al país. Hay cientos de iniciativas inteligentes y creativas para ayudar a la transición. Lo que tiene que hacer el país es promoverlas con entusiasmo y dedicación, parando la repetición del insensato discurso. En vez de acción efectiva que contribuya a mitigar el cambio climático lo que recibimos es un aluvión retórico de preceptos vacuos compartidos por los colegas suramericanos pero archivados hace rato por el resto del mundo.

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