Lecturas en aislamiento
Continúo con El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Qué increíble novela, que todos los días me enseña algo.
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15 de abr de 2020, 11:55 p. m.
Actualizado el 25 de abr de 2023, 10:57 p. m.
Continúo con El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Qué increíble novela, que todos los días me enseña algo. El capítulo 48 se llama Ideologías. En él, el conde conversa con el procurador del rey, el señor de Villefort, y cada uno expone su visión del ser humano y el modo en que este se incorpora a la vida social, a través de los usos y las leyes de cada región.
Ahí, Dantès / Montecristo se define de un modo increíblemente moderno para el Siglo XIX: “Mi reino personal es tan grande como el mundo porque no soy ni italiano, ni francés, ni indio, ni americano, ni español; soy cosmopolita. Ningún país puede decir que me ha visto nacer, sólo Dios sabe en qué país me verá morir. Adopto todas las costumbres, hablo todas las lenguas. Vos me consideráis francés, ¿no es cierto?, porque hablo francés con la misma fluidez y pureza que vos. Pues bien, Alí, mi nubio, me cree árabe; Beruccio, mi intendente, me considera romano: Haydée, mi esclava, me cree griego. Así pues, comprenderéis que, no siendo de ningún país, no pidiendo protección a ningún Gobierno, no reconociendo a ningún hombre como hermano, ni uno solo de los escrúpulos que detienen a los poderosos o los obstáculos que paralizan a los débiles, me frena o me paraliza”.
Un diálogo típico de esta novela, que, como se sabe, fue escrita a dos manos. Alexandre Dumas era el nombre famoso que aseguraba ventas enormes. Auguste Maquet era el novelista sin éxito pero con talento, que hacía primeras versiones y desarrollaba partes históricas. Juraría que el capítulo en el que se cuenta el origen del tesoro de Montecristo y su relación con el papado, fue escrito por Maquet. Pero el capítulo en el que Dantès salva de la quiebra y del descrédito a la familia Morrel, a su regreso a Marsella, convertido en Simbad el Marino, es la escritura de Dumas. Una curiosa colaboración en la que, obviamente, la parte con más poder estaba del lado de Dumas. Con este sistema escribieron libros muy famosos: Los tres Mosqueteros, Veinte años después, La reina Margot, etc. Llegaron a publicar cuatro libros por año, novelas de enorme calado que produjeron una enorme fortuna.
Los libros de Dumas podrían compararse hoy a los del español Arturo Pérez Reverte, es decir libros de calidad, argumentos de acción y aventuras incorporados a épocas históricas, con gran recreación de trajes, tabernas, carrozas y palacios, lo que siempre, desde que existe el mercado del libro y el público lector, ha sido una fórmula de éxito (véase hoy Ken Follet, por ejemplo, o sus necrosis hispanas Falcones, Posteguillo y compañía). En 1851, Dumas y Maquet se pelearon y acabó la colaboración. A pesar de que Dumas se quedó con la autoría de los libros, por ser botaratas murió en la pobreza y en cambio Maquet fue rico hasta sus últimos días.
Después de la separación, según los especialistas, la calidad de las novelas de Dumas bajó y Maquet nunca logró tener el más mínimo éxito. Fue una época de gloria para la literatura francesa. Dumas fue contemporáneo de Balzac, de Víctor Hugo y de Stendhal. Todos exitosos y con decenas de miles de lectores. Trato de imaginar la efervescencia de esos años: en 1830 se publicó Rojo y negro, en 1831 Nuestra Señora de París y La piel de zapa. Todos increíbles éxitos. Y luego Dumas, un poco más joven, en la siguiente década, pues El conde de Montecristo es de 1845.
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Santiago Gamboa, Bogotá 1965. Escritor, periodista. Autor de las novelas Perder es cuestión de método, Los impostores, El síndrome de Ulises, Necrópolis, Plegarias nocturnas, entre otras. Su última novela es Una casa en Bogotá. Es también autor del ensayo La guerra y la paz, sobre la historia de los conflictos, de cara a las negociaciones de paz.
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