El primer libro
Para un joven novelista inédito, publicar un primer libro es como caer amarrado de pies y manos a la piscina de los tiburones, y del lado profundo.
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4 de nov de 2020, 11:55 p. m.
Actualizado el 24 de may de 2023, 12:39 a. m.
Para un joven novelista inédito, publicar un primer libro es como caer amarrado de pies y manos a la piscina de los tiburones, y del lado profundo. Es lo que uno anhela, lo que cualquiera ardientemente desea. Ser visto por una editorial, ser descubierto. Antes de que ocurra parece imposible. Es un sueño inalcanzable. Y de pronto ahí está, frente a uno, con sus tapas de cartón brillante, una ilustración, las letras del nombre y del título, y entonces uno lo mira desde todos los lados, cerrando un ojo, poniéndolo a contraluz, y piensa, ¿está todo ahí? Es extraño.
En mi caso fue así: vivía en París y había terminado una novela llamada Páginas de vuelta, un título, por cierto, al que hoy debo resignarme. La presenté a varios editores españoles y colombianos y muchos la rechazaron, lo que en esos años parecía bastante normal, hasta que la editorial Tusquets se interesó y un amable editor, Juan Cerezo, me invitó a Barcelona a discutir algunos pormenores del manuscrito, proponiendo infinitos cortes y reescrituras. Según él, debíamos preparar una versión final perfecta antes de presentarla a Beatriz de Moura, la gran directora. Por supuesto que le hice muchos cambios, la novela mejoró y el proceso siguió adelante, pero cada vez más lento y lleno de tropiezos. Beatriz de Moura estaba al final de un proceso de purificación infinito, parecido al paranirvana de los hinduistas, para el que se requieren muchas vidas. Pasaron los meses hasta que un buen día un novelista mexicano amigo, Antonio Sarabia, me ofreció llevar la novela a Moisés Melo, director de Norma Literatura (hoy extinta). La envié por no dejar.
Moisés la leyó y me puso una cita en la Feria de Frankfurt de ese año (1994). Y para allá me fui con el fotógrafo Daniel Mordzinski, quien también tenía un proyecto de primer libro. No teníamos dinero, así que yo dormí en casa de la tía de una amiga y Daniel en la alfombra del cuarto de hotel de un escritor solidario. La Feria de Frankfurt me intimidó: en medio de editores y agentes de todo el mundo, los propietarios de las editoriales se paseaban fumando puros cubanos. No sé por qué los recuerdo vestidos de levita. Los escritores eran el lumpen proletariat y sólo importaba el best seller mundial del momento. Moisés Melo nos recibió por turnos en el stand de Norma. Era un hombre pausado y tímido, casi bíblico. Al salir no entendí muy bien si publicaría o no mi novela, pero al otro día me preguntó cuándo pensaba ir a Colombia para firmar el contrato. Inventé que al mes siguiente.
Un mes después estaba en las oficinas de Norma, leyendo un borrador de contrato que firmé con tanta fuerza que creo haber atravesado el papel con el esfero. Parte de mi nombre quedó impreso en el documento que estaba debajo. Luego hice un rápido trabajo de edición y el libro salió en la Feria del Libro de Bogotá de 1995. Cuando los ejemplares llegaron de la imprenta me entregaron un volumen pequeño de tapas azules. No entendí la imagen de la portada, no me gustó, pero me aferré a él con fuerza. Ahí estaba todo lo que yo era y había sido, y lo que anhelaba seguir siendo el resto de mi vida.
Con frecuencia invoco a ese joven que en abril de 1995 caminaba bajo la llovizna solo y sin rumbo por la avenida El Dorado de Bogotá, cerca de la sede de Norma, sostenido por un libro, y es por él que todavía hoy sigo escribiendo libros.
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Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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