El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Carta desde Marruecos

Lo curioso es que en esos años nunca viajé a Marruecos, a pesar de haber conocido casi todos los demás países del Magreb. Jamás tuve la oportunidad y, por esas cosas extrañas de la vida, fue pasando el tiempo.

15 de febrero de 2017 Por: Santiago Gamboa

La ciudad de Rabat, en Marruecos, es una de esas extrañas urbes que parece desdoblada en dos mitades. Su segunda mitad está separada apenas por el río Buregreg y se llama Salé, la parte más antigua, hija de la república corsaria de piratas que asoló a los barcos que subían bordeando las costas de África hacia Europa. Las dos ciudades se unieron en 1627 y continuaron la piratería por el Atlántico. Los cronistas españoles se referían a los “piratas berberiscos”, y poco después, en 1666, la dinastía que reinaba en Marruecos, los alauíes, la incorporaron a cañonazos al resto del reino.

     Para rememorar mis primeras noticias de Marruecos debo remontarme a los inicios de los años noventa del pasado siglo, cuando llegué a París como un joven estudiante que además quería inventarse una vida y ser escritor. Entre las vueltas que dí, acabé conociendo al novelista español Juan Goytisolo, de quien había leído con admiración toda su obra. Una de las cosas que más llamó mi atención fue su relación con el mundo árabe, y en especial con Marruecos. Goytisolo vivía en Marrakech y hablaba con gran conocimiento de la cultura magrebí. Además sabía árabe. Recuerdo que comencé a buscar autores marroquíes y empecé por el más conocido, Tahar Ben Jalloun.
Su novela L'enfant de sable, (El niño de arena) escrita en francés, había ganado un premio importante en Francia y era muy famosa. El libro más vendido.

Pero los amigos de Goytisolo preferían a otro autor, sobre todo poeta, llamado Mohamed Khair Eddine, a quien de inmediato leí e incluso conocí personalmente. Era un tipo exhuberante, grosero, brillante, alcohólico, que sobrevivía por milagro. Su literatura me impresionó por la fuerza con la que trataba el idioma francés, llevándolo a extremos increíbles. Su novela Agadir es una muestra, celebrada por autores franceses como Jean Cocteau y Jean Genet. Pero Khair Eddine no era famoso, sus libros se vendían poco y era pobre. Y esto lo mortificaba.

Buscando más autores llegué a otro, de Tánger, Mohamed Chukri. Este pertenecía a un grupo ligado al escritor norteamericano Paul Bowles, otra de mis grandes admiraciones de esos años, y en relación también a Marruecos. Su novela El cielo protector fue una revelación para mí. Al terminar de leerla quise armar un maletín e irme a Tánger, posiblemente a vivir. La obra de Chukri, escrita originalmente árabe, fue motivo de escándalo no solo en Marruecos, sino en todos los países árabes, por sus referencias explícitas al sexo y las drogas. Su trilogía biográfica comienza con El pan desnudo. Un gran autor, traducido al inglés por el propio Bowles y al francés por Tahar Ben Jalloun.

     Lo curioso es que en esos años nunca viajé a Marruecos, a pesar de haber conocido casi todos los demás países del Magreb. Jamás tuve la oportunidad y, por esas cosas extrañas de la vida, fue pasando el tiempo. Pero el momento llegó en estos días, al fin, pues evoco todos estos lejanos recuerdos desde Casablanca, participando en su Feria Internacional del Libro, y tras haber dado una conferencia en la universidad Mohamed V de Rabat sobre la literatura del país. Todo por iniciativa de la embajada de Colombia en Marruecos, a la cual agradezco. Y entonces, por fin, puedo darle el contexto humano, los olores y sonidos y la temperatura real a ese país del que tanto supe a través de los libros.