0 en política, 10 en administración

Junio 03, 2022 - 11:55 p. m. 2022-06-03 Por: Ramiro Guerrero Carvajal

Sobre el gobierno saliente de Duque se oyen con frecuencia afirmaciones que parecen contradictorias y que son, sin embargo, simultáneamente ciertas: que fue un fracaso político, como lo muestra el resultado electoral del domingo pasado, y que fue una buena administración que cumplió en alto grado las metas ambiciosas del plan que propuso.

Lo que explica la aparente paradoja es que quienes hacen una u otra afirmación están hablando de cosas distintas. Una cosa es la política y otra la administración. El oficio principal de un político es interpretar el sentimiento popular, y hacerse creer y querer. La medida de su éxito es el índice de popularidad en las encuestas. El oficio del administrador es tomar un presupuesto, siempre escaso, y vencer una carga paralizante de obstáculos y trámites para entregar obras y ejecutar programas. La medida de su éxito son los indicadores.

El ideal es que un mandatario sea a la vez buen político y administrador. Pero no siempre es así. En Bogotá el alcalde Peñalosa, por ejemplo, tuvo unas ejecutorias impresionantes, admiradas en el mundo entero. Años después Petro como alcalde inundó la ciudad de basuras mientras libraba una batalla delirante contra el demonio del capitalismo encarnado en unas empresas de aseo. Medido por indicadores fue pésimo administrador. Pero en marzo pasado, en la consulta presidencial, Peñalosa sacó 100.000 votos en la capital y Petro 800.000. Cosas así ocurren porque los ciudadanos juzgan a los políticos con el corazón, no la cabeza. Un mal administrador puede seguir siendo querido por una mayoría de ciudadanos mientras haga creer a éstos últimos que la culpa del desastre del momento es de alguien más. El buen administrador, por su parte, no tiene garantizado el éxito político. Los indicadores no enamoran a nadie, salvo que el mandatario logre comunicar la emoción más que la cifra.

Duque llegó a la presidencia muy preparado en lo técnico, pero sin formación como político. No había ganado una sola elección a pulso. Se rodeó de un gabinete de alta experticia técnica y baja representatividad política y social. Al llegar enfrentó dos dificultades formidables. En lo político, la grieta emocional que se abrió en el país con el proceso de paz, que se fue ampliando para expresarse en visiones de país cada vez más polarizadas y enfrentadas. En lo administrativo enfrentó la pandemia, un cataclismo social y económico de consecuencias exageradas. Dada la trayectoria previa del mandatario no sorprende su resultado final en lo político. Termina con un índice de desaprobación del 70%.

Pero su balance de gestión no es nada malo. Nunca como ahora se habían construido tantas viviendas en el país. En este cuatrienio se construyeron tantos kilómetros de doble calzada como en toda la historia previa. El manejo que el gobierno le dio a la pandemia fue competente y ordenado. El país se vacunó. La coyuntura de salud se superó y la economía se disparó al punto de ser una de las que más crece en el mundo. El desempleo y la informalidad han bajado a niveles que habrían sido buenos antes de la pandemia, pese a haber tenido que absorber la llegada súbita de 2 millones de venezolanos. El déficit fiscal cae rápido. Se multiplicó la generación de energías renovables. Y la lista sigue.

Hay un libro de Lucas Caballero Calderón que se llama ‘Joven Caballero, diez en historia y cero en imaginación’. Su título podría adaptarse para un balance de la presidencia de Iván Duque. Con algo de exageración o de injusticia podría titularse ‘Joven caballero, cero en política y diez en administración’.

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