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Reflexiones sobre la paz

Tiempos de reflexión. O deberían serlo, aunque sea tarea dificilísima en medio...

20 de abril de 2014 Por: Rafael Nieto Loaiza

Tiempos de reflexión. O deberían serlo, aunque sea tarea dificilísima en medio del ruido ensordecedor del mundo contemporáneo que, pareciera inevitable, no conoce el silencio. Y tiempo para la paz, aún para quienes vivimos convulsos entre nuestros defectos y pecados. Y como de paz se trata, que esta sea la oportunidad para compartir una opinión inicial sobre lo que debería ser ‘el proceso’ con la guerrilla.Para empezar, no puede ser un proceso entre iguales. No se trata de una negociación entre Estados ni entre partes que tiene similares calidades y condiciones. En Colombia no hay causas justas para el levantamiento armado ni guerra civil. De manera que por un lado está el Estado, democrático y de derecho, que aún con sus debilidades y falencias representa al pueblo y cuenta con legitimidad para usar las armas, y por el otro está una guerrilla criminal, que no duda en acudir al terrorismo y al narcotráfico, y que solo es expresión de un ínfimo grupo extremista y violento. Si no se acepta esta premisa de asimetría, el camino que se recorra en las negociaciones será, como está siendo, equivocado.Por lo mismo, el fin de las negociaciones no es ni puede ser la transformación del Estado sino únicamente el fin del terrorismo y el desmonte de las estructuras criminales de la guerrilla. Sí, se puede negociar con los terroristas y esa negociación sería legítima, pero solo para ponerle punto final a la violencia criminal y nada más. Es ese propósito y solo ese el que justifica ética y jurídicamente la negociación con los bandidos. Desviarse de esa vía y pactar con los terroristas cambios en la estructura del Estado, en el ordenamiento jurídico o en el sistema económico, supone una inaceptable legitimación de la violencia como mecanismo de lucha política o de cambio social o económico. Y envía un mensaje antipedagógico a las futuras generaciones porque estimula acudir a la violencia para generar las transformaciones que se creen indispensables.No estoy diciendo con esto que el país no necesite grandes cambios y que no sea urgente terminar con la pobreza y disminuir la desigualdad. Lo que sostengo es que esos cambios y esas políticas públicas no pueden acordarse con los violentos porque ellos no tienen legitimidad alguna. Son obligaciones del Estado y la sociedad y nunca deben someterse a negociación con los terroristas. Se deben pactar exclusivamente con los grupos políticos que aceptan y respetan las reglas de la democracia y el ordenamiento jurídico. Por eso mismo, no es aceptable la premisa de Santos de que la negociación con la guerrilla es solo la base para “una paz estable y duradera”. Esa hipótesis supone regresar a la errada teoría de las causas objetivas de la violencia, que los hechos han demostrado que es falsa. Hay sociedades mucho más pobres y desiguales que la nuestra y que están lejísimos de tener los grupos terroristas y los niveles de violencia que nos azotan. La pobreza y la desigualdad ni explican ni justifican la violencia, aunque los grupos terroristas se excusen en ellas y de ellas se alimenten. De hecho, no puede perderse de vista que los violentos son corresponsables de la pobreza, que agudizan al atentar contra la infraestructura, aumentar los costos de seguridad, disminuir los ingresos por impuestos, amedrentar el capital humano preparado y emprendedor, y ahuyentar la inversión nacional y extranjera. Además, la necesidad de combatirlos distrae al Estado de sus deberes sociales y lo obliga a invertir valiosísimos recursos humanos, económicos y de tiempo para enfrentarlos.

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