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¡Qué difícil regalar hoy!
Obviamente unos presentes me gustaban más que otros pues todo me sorprendía menos el regalo de Mariela Garcés, una amiga de mi mamá que siempre me daba una pijama.
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7 de dic de 2025, 12:48 a. m.
Actualizado el 7 de dic de 2025, 12:48 a. m.
Comencé a hacer la lista de los regalos navideños que quisiera dar en este diciembre. Recordé cómo gozaba con todo lo que me daban en mi niñez. Obviamente unos presentes me gustaban más que otros pues todo me sorprendía menos el regalo de Mariela Garcés, una amiga de mi mamá que siempre me daba una pijama. Pero los prismacolor, las temperas, el balón, los juegos en cajas, los tenis oliendo a caucho, los libros de Walt Disney con las viñetas a colores que ya se iban a salir del papel; todo yo lo agradecía y lo sigo haciendo pues nadie está obligado a ser generoso; luego todo detalle, por pequeño que sea, es magnanimidad del corazón.
Con ese criterio empecé a hacer la lista, pero me he encontrado en lo difícil que se ha vuelto regalar, sobre todo cuando el deseo es que quien reciba el detalle quede feliz. Vean lo que me pasa con el regalo de mi sobrina Marcela, encantadora ejecutiva de 24 años, quien me soluciona todas las inquietudes tecnológicas. Pensé en obsequiarle algo de ropa, cuando mi señora me dijo: “¿Has caído en cuenta que ella solo se pone ropa de Johanna Ortiz o de Silvia Tcherassi?”. Hice cuentas y me frené, pues la lista de regalos es larga.
“¿Qué tal un juego de bolígrafos bien lindos? ¡Ese regalo a mi me fascinaba! ¡Y los marcaré con su nombre!”. “Papá, estás loco” repuso mi hijo, “nuestra generación no escribe con bolígrafo. Todo lo hacemos en el celular o en el computador.”
“¿Y qué tal si le armo una ancheta con un buen vino, frutos secos y buenos enlatados para que ella los tenga en su apartamento de soltera?”. Papi, ¿te olvidaste de las alergias de Marcela? Los frutos secos la matan y como está gordita empezó una dieta tenaz. Y te lo digo desde ya, porque estoy seguro que tu siguiente propuesta son las tortas de manjar blanco y la de cobo que traes de Buga de ‘Doña Stella’. Te las devuelve porque está dejando el dulce, pues ya no le queda buena la ropa tan fina que se pone”.
“Carajo, qué jartera este tema. ¿Y si le compro uno de esos robots pequeños que limpian los apartamentos? ¡Ideal para una soltera!”. La respuesta de mi señora fue lacónica y con tono de advertencia: “Jamás una mujer quiere que le regalen un electrodoméstico. ¡Ese es un regalo para la casa, no para ella!”.
Aburrido, dije en voz alta “pues entonces si esto está tan complicado, le daré un sobre con una platica y que ella compre lo que quiera”. Ya fue mi hija, la psicóloga, quien reviró “Papi, tu que tienes tanta imaginación, ¿no fuiste capaz de dar un buen regalo y vas a dar una plata? Con lo emocionante que es desatar un moño, abrir lentamente el paquete, adivinar qué viene adentro, moverlo, olerlo, hasta descubrir en su interior lo que nos dan. ¡Y apreciar la motivación que tuvo quien regala, en pensar en uno, para despertarnos alegría! Eso jamás se siente abriendo un sobre con plata”. “Lo que dice la niña es verdad”, agregó mi señora, “los viejos decían: quien regala plata piensa que es mucha. Quien la recibe, siente que es poca”.
Desesperado, me alcancé a frenar cuando iba a proponer uno de los regalos que más me gustaba recibir: CDs, pero me acordé que todo joven tiene Spotify y arma su playlist. Pensé en un bono de ‘Ringlete’, mi preferido en comida colombiana de alto nivel, cuando me acordé que la cola endiablada se iría derecho a la cola de mi sobrina, según su obsesión.
No puede ser, me dije. Tengo toda la voluntad y la gente se complicó de tal manera que con tantos requeñeques, categorías y prejuicios, recibir un regalo se convirtió en un ejercicio insoportable. Entonces entendí a Mariela Garcés, que en paz descanse, quien para no enredarse la vida nos daba una pijama en cada diciembre. Estoy por creer que compró una docena con descuento y la repartió por seis años entre mi hermano y yo. Ella era sabia.
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