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¿Por qué protestan los capuchos de Univalle?

Los capuchos, y sus acciones violentas contra Cali y la misma Universidad del Valle, pensé, se han deslegitimado hasta producir, más que indignación, indiferencia.

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Santiago Cruz Hoyos.
Santiago Cruz Hoyos. | Foto: El País.

7 de dic de 2025, 12:52 a. m.

Actualizado el 7 de dic de 2025, 12:52 a. m.

Sucedió el lunes pasado, hacia las 3:30 de la tarde. En el sur de Cali comenzaron a escucharse explosiones en los alrededores de la Universidad del Valle. “Capuchos”, dijo un guarda de seguridad de Unicentro mientras ajustaba su radioteléfono. Con el aparato ordenó, sin alarma alguna, como si fuera parte de un protocolo ya aprendido, rutinario, cerrar las entradas peatonales y vehiculares de la Pasoancho.

Tampoco hubo sorpresa entre quienes a esa hora compraban regalos de Navidad o pagaban recibos. Aunque los estruendos se hacían cada vez más cercanos, como si las papas bomba estallaran dentro del centro comercial, la gente siguió mirando vitrinas, comiendo helado, haciendo fila en los cajeros. Algunas parejas de adultos mayores caminaban despacio observando los adornos navideños.

Los capuchos, y sus acciones violentas contra Cali y la misma Universidad del Valle, pensé, se han deslegitimado hasta producir, más que indignación, indiferencia. El tropel, como le dicen en la universidad, ya no sorprende a nadie, sino que estorba al carecer de sentido.

Enseguida salí a Pasoancho para tomar algunas fotos y hacer videos. Desde allí los vi: eran apenas cinco capuchos. Tenían, además de los rostros cubiertos, capas que los hacían parecer superhéroes de caricatura. Tras las rejas de la universidad gritaban arengas y madrazos contra la Policía y lanzaban los explosivos. El muro era su escudo; el anonimato, su supuesta valentía. En todo caso, me dije, apenas cinco personas bastaron para bloquear durante horas una de las vías más importantes del sur de Cali, como si la autoridad en la ciudad fuera de papel.

En ese punto me pregunté: ¿por qué protestan? ¿Qué sentido tiene una forma de manifestación que afecta principalmente a quienes no tienen nada que ver con sus reclamos, como los vendedores de tinto y fritanga de la entrada al campus o los taxistas de las afueras que esperan una carrera? ¿Para qué quemar una tractomula, como ocurrió hace unas semanas, o lanzar explosivos contra un vehículo de alimentos que intentaba entrar a Unicentro? ¿Qué se defiende o qué se logra paralizando la vida cotidiana?

Las preguntas seguían apareciendo mientras me alejaba de los gases que me hicieron arder los ojos y sentir una especie de carrasquera en la garganta. ¿Por qué persiste este tipo de violencia en un país gobernado por un presidente de izquierda, Gustavo Petro, que ha insistido en el diálogo como vía para tramitar la inconformidad social? En el pasado los capuchos protestaban contra la derecha que gobernaba a Colombia. ¿Ahora cuál es el discurso, el motivo?

En realidad, el tropel de Univalle suele venderse como protesta estudiantil, pero el problema es más complejo. Es evidente que dentro del campus Meléndez existe una profunda fractura: no solo están los capuchos que protagonizan disturbios, sino grupos de estudiantes que se autodenominan “anticapuchos”, cansados de la violencia, de la suspensión de clases y del miedo.

También hay denuncias sobre microtráfico al interior del campus, acoso, robos, “audiciones” y fiestas fuera de control, zonas donde caminar de noche se volvió un riesgo, rumores de “actores externos” que se infiltran en la universidad.

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