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¡Que nunca se repita!

A las 5:30 a.m. del 13 de agosto de 1999 me alistaba...

26 de junio de 2011 Por: Patricia Lara

A las 5:30 a.m. del 13 de agosto de 1999 me alistaba para ir al aeropuerto a tomar un vuelo a Medellín, a donde viajaría con el procurador Jaime Bernal Cuéllar, el excanciller Augusto Ramírez, a quien con todos los honores y el afecto acabamos de despedir para siempre, y con otros miembros de la Comisión Facilitadora del Proceso de Paz con el ELN. Íbamos a la cárcel de Itagüí a dialogar con sus dirigentes Pacho Galán y Felipe Torres. Pero antes nos encontraríamos con el inventor de la Comisión, Jaime Garzón, ese brillante humorista que la creó, movido por su obsesión de lograr la paz en Colombia, poner de acuerdo a los jefes de los diferentes bandos y conseguir el milagro de que, por fin, nosotros fuéramos capaces de mirarnos a los ojos y dejáramos de secuestrarnos y de matarnos… Jaime, acorde con su personalidad única, iba a llegar en un avión que le había prestado no se quién. Uno o dos días antes nos habíamos encontrado en la Procuraduría.A pesar de que seguía siendo el mismo ser capaz de arrancarle al más circunspecto la más sonora carcajada, y de encontrar en un instante, con su brillantez y perspicacia sicológica, esas debilidades escondidas en la siquis de los poderosos, Jaime Garzón estaba nervioso: ¡Sabía que lo iban a matar! Ya había circulado una lista de amenazados a muerte por algún movimiento de extrema derecha, en la que tuvimos el honor, con el Jesuita Gabriel Izquierdo, también miembro de la Comisión Facilitadora, de acompañar a Jaime, quien ese día andaba buscando la forma de hacerle llegar un mensaje al jefe paramilitar Carlos Castaño, antes de que ordenara su ejecución. ¡Pero la gestión la realizó demasiado tarde¡ Ya la orden estaba dada. Y ese 13 de agosto, a pocas cuadras de la emisora Radionet, fundada por Yamid Amat, gran amigo de Jaime, quien hacía con él un agudo noticiero, perpetraron ese homicidio que tanto dañó al país porque lo privó de semejante alegría y de la única conciencia crítica que a base de humor era capaz de desnudar a los poderosos. Esa madrugada, Radionet dio la dolorosa chiva: ¡Mataron a Jaime Garzón! Al oírla, empecé a llorar su muerte… ¡Y mi corazón y mi conciencia aún no han terminado de hacerlo! Su asesinato conmocionó a Colombia. En la Plaza de Bolívar nos reunimos cientos de miles –si no millones- de personas a decirle adiós... Durante años (tal vez aún suceda), todos los 13 de agosto, la pared blanca frente al edificio de la Carrera Quinta con calle veintipico de Bogotá, donde él vivía, se llenó de rosas puestas por espontáneos que se negaban a olvidarlo. Hasta mi hijo menor, quien cuando él murió tenía apenas ocho años, aún busca sus videos en You Tube y se ríe y reflexiona con ellos. ¡Jaime Garzón fue un fenómeno irrepetible! Todos creíamos, hasta esta semana, que el autor intelectual de su muerte había sido el jefe paramilitar Carlos Castaño. Algunos hasta pensábamos que podía estar involucrado en el crimen algún militar de menor rango. Pero nunca imaginamos que fuera, como todo lo indica, un asesor del Ministerio de Defensa, quien entre el 2002 y el 2006 asesoró al DAS, y luego llegó a ser nada menos que subdirector de ese organismo de inteligencia de la Presidencia, el que convenció a Castaño de que acabara con la vida de semejante ser humano. ¡Qué horror! (Los opinadores tenemos el triste deber de hacer que a esos horrores no los sepulte el olvido: ¡para que jamás se repitan!)