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Usted no es el único que ha sentido, en estos días de encierro y aislamiento, que el calor es fiebre, que el desánimo es dolor de huesos.

22 de marzo de 2020 Por: Paola Guevara

Usted no es el único que ha sentido, en estos días de encierro y aislamiento, que el calor es fiebre, que el desánimo es dolor de huesos, que las palpitaciones son ataque de pánico, que esa tos puede ser pulmonía o el estornudo, causado por sacudir el polvo antiguo, un anticipo de los peores males.

No es el único, sépalo, que se ha puesto llorón y trascendental. Que ha hecho un balance de su propia vida, o visualizado la muerte y lo que ocurriría si usted no está.

No es el único que ha visto a los ancianos cercanos desde otra luz, o ha temido por el planeta que heredarán niños propios y ajenos.

Tampoco el único que ha descubierto, como si acabara de despertar de un largo letargo, de un coma espiritual inducido, lo mucho que su existencia depende de todos aquellos cuyo servicio daba por descontado.

Usted no es el único que se ha sentido abrumado e incompetente entre tareas y tutoriales escolares, sin lograr que el grano de frijol germine, que el avión de papel vuele lejos.

Ni el único que en medio del agobio ha deseado escribir una oda de amor a los maestros de sus hijos, capaces de soportar con estoicismo gritos, llantos, riñas y quejas infantiles; o el embate adolescente de las caras largas, el chateo compulsivo y los cambios hormonales.

No es el único que ha mirado por la ventana y sentido el deseo irrefrenable de salir a correr por esas calles desiertas.

Ni el único que ha extrañado como loco las frivolidades más inconfesables y la calidez de las cosas sencillas que, desde la abstinencia forzada, descubrimos como el lujo que sí eran. Aunque no nos dimos cuenta.

Usted no es el único al que le cambiaron la cuaresma por cuarentena, vacaciones programadas por maletas desempacadas, amor por gel desinfectante.

Y aún así no es el único que reconoce de rodillas la fortuna que le asiste, pues otros tienen ahora mismo muerte por vida, cárcel por casa, esquinas vacías por patria.

Usted no es el único al que las cuentas de banco no le cuadran, que teme la próxima factura de gas o consumió la mitad de la alacena en el primer fin de semana, por atracones de ansiedad.

Ni el único que se da cuenta que este virus vino a echar por tierra una forma de vida insostenible, centrada en el placer inmediato y el egoísmo, el consumo desordenado y la mediatización de los vínculos.

No es el único que se siente vulnerable y desconcertado. Y esa es también la buena noticia. Que no somos únicos y especiales como solíamos creer. Que nos necesitamos. Que estamos todos juntos en esto, humildes huéspedes de un planeta que, si quiere, comienza de nuevo sin nosotros.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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