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La gran pantalla

Y así vamos, de pantalla en pantalla, confinados en pulgadas con apariencia de libertad.

1 de noviembre de 2020 Por: Paola Guevara

Y así vamos, de pantalla en pantalla, confinados en pulgadas con apariencia de libertad. Pantallas para el trabajo y el descanso. Pantallas para la concentración y el esparcimiento. Pantallas para encontrarnos, y para estar solos.

Los niños, a través de pantallas reciben instrucciones para cortar y doblar, pegar y saltar; los adolescentes, a quienes hemos robado un año de experiencia vital, aprenden que un correo exime de deberes, que los horarios son relativos, que se puede incumplir con la complicidad de los padres.

Es conmovedor el esfuerzo de los maestros para sortear las trampas de la pantallización de la educación, hablándole a fotos fijas e instando a recuadros negros donde se intuye, o se supone, la presencia de alguien que “aprende”. Padres y profesores se disputan, incluso, la autoridad en pantalla.

Y no está lejos de la realidad la broma aquella de la sesión mediúmnica que enfrentamos a diario por Zoom, Meet, Hangouts, Teams y Webex: “¿Estás aquí, Arturo? Manifiéstate, podemos sentirte pero no te vemos, danos alguna señal de tu presencia”. Porque este espiritismo moderno consiste en estar sin estar, en ser sin ser, habitando el mundo en pixeles que suplantan nuestro verdadero rostro.

Los adultos por pantalla trabajan, viven de reunión en reunión, y ansían el final de la jornada para poder, ahora sí, refugiarse en la serie de televisión del momento. Si eres madre, añadirás el rol de asistente pedagógica en línea.

La vida cultural de las ciudades se mudó por entero a las pantallas, que permiten asistir en pijama a la feria del libro, al espectáculo de salsa, al festival de danza, al cine y al teatro. Y hasta las vacaciones fueron suplantadas por recorridos virtuales en plazas y museos.

Dado que en las actuales circunstancias el fenómeno no tiene marcha atrás, y que incluso presenta ventajas, ojalá no nos habituemos demasiado a apagar la clase y lanzarnos a la cama que solo queda a 30 centímetros de distancia. Grande es el mundo.

Ojalá no nos enamoremos demasiado del confort que implica asistir a la cita virtual, a la conferencia virtual, al espectáculo virtual, al supermercado virtual, y vayamos poco a poco olvidando cómo se sentía entrar al teatro, o al restaurante; vivir el frenesí del concierto, corear partidos en la tribuna, seleccionar tomates, ¡vestirnos!

Ojalá no lleguemos a preferir la asepsia de las pantallas, a lo humano que suda, huele, sangra, toca, abraza, mira, grita y siente. Ojalá recordemos que las necesarias, útiles y eficientes pantallas se hicieron para las personas, no las personas para las pantallas.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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