El pais
SUSCRÍBETE

Volver a la normalidad

Porque regresar a la normalidad que teníamos antes de este estallido de furia significaría aceptar que en Cali las cosas estaban bien. Y hoy sabemos que no lo estaban.

24 de junio de 2021 Por: Ossiel Villada

Eso es lo que piden miles de caleños. Que podamos volver por fin a lo que todos, antes del 28 de abril, conocíamos como “la normalidad”.

Muchos quieren pasar la página, olvidar lo que ha ocurrido y seguir adelante. Y es totalmente comprensible ese sentimiento. Pero me temo que ese remedio puede resultar peor que la enfermedad.

Porque regresar a la normalidad que teníamos antes de este estallido de furia significaría aceptar que en Cali las cosas estaban bien. Y hoy sabemos que no lo estaban.

Así que lo peor que nos puede ocurrir ahora es irnos por la vida cantando esa vieja melodía del Gran Combo que dice: “Aquí no ha pasado nada, todo quedó como estaba...”.

Recordemos un poco. Desde el año pasado, por causa de la pandemia, miles de habitantes de esta ciudad dejaron de ingerir una comida al día y tuvieron que repartir las dos restantes en horarios más largos, para calmar de alguna manera el reclamo del estómago. Sí, en la Cali que creíamos normal se pasa hambre. Mucha hambre.

Y también había más de 1.270.000 personas que no ganaban ni siquiera lo necesario para darse el ‘lujo’ de comprar alimentos, pagar vivienda o comprar ropa. Ellos cayeron en “condición de pobreza monetaria”, dice el Dane.

Y en esa misma normalidad que muchos hoy extrañan había, según el Gobierno, más de 270.000 desempleados, en su gran mayoría jóvenes, condenados a la delincuencia o a la calle por falta de un empleo.

Así que hay una verdad inocultable que no se puede negar: en la normalidad que teníamos antes del 28 de abril vivíamos de espaldas a una ciudad que es, literalmente, una fábrica de pobreza.

Por eso creo que, además de la que ya nos dejó el Covid-19, en Cali hoy estamos obligados a construir una ‘nueva normalidad’. Una que nos haga recuperar la sagrada semilla de la confianza entre nosotros mismos, que apague las llamas del resentimiento y que nos una para recuperar esa vida digna que tantos han perdido.

Confieso que hasta hace pocos días yo hacía parte del grupo de caleños que está en modo ‘apague y vámonos’. Pero tres hechos importantes me han conectado de nuevo con la luz de la esperanza.

Por un lado, la decisión que tomaron los manifestantes del sector de Siloé, de levantar los bloqueos y empezar a organizarse para gestionar políticamente sus reclamos, de cara a las elecciones del 2022. Valioso gesto de madurez de una de las comunidades más golpeadas por la violencia de estos dos meses.

Por otro lado, el silencioso experimento de reconciliación que algunos habitantes del Oeste han desarrollado con los jóvenes residentes en la ladera de ese sector de Cali.

Y por último, la poderosa alianza de cientos de empresarios, organizaciones civiles y ciudadanos del común en el proyecto ‘Compromiso Valle’, que se estructuró para hablar con los jóvenes en toda la región y buscar soluciones a sus demandas.

Lo que subyace a esas tres iniciativas es una hermosa idea que siempre ha funcionado como luz milagrosa en los momentos más oscuros de nuestra historia: para un caleño no hay nada mejor que ayudar a otro.
Eso nos hace felices, nos hace mejores.

Sí, es cierto, en los últimos años dejamos que un individualismo malsano borrara de nuestra mente las sabias lecciones que los abuelos dejaron sobre el poder de lo colectivo.

Pero también es cierto que la solidaridad es parte del ADN de la caleñidad. Ser caleño es juntarse para evitar que al vecino se le queme la casa. O para pavimentar una calle y construir una sede comunal. O para armar una rumba delirante. Es esa la normalidad que habíamos olvidado.
Y a la que deberíamos regresar.

AHORA EN Ossiel Villada