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“No me compres más”

Entonces uno de los ‘gringos’, entre asombrado y divertido, soltó la frase que da título a esta columna: “El dueño nos está diciendo: Vete, no me compres más”.

11 de julio de 2019 Por: Ossiel Villada

Me ocurrió hace pocos días: un grupo de buenos amigos bogotanos, que por cuestiones de trabajo estaba de paso, me pidió que los guiara en un pequeño recorrido por Cali.

‘Chicanear’ con esta ciudad que me regaló la vida es una de las cosas que más amo hacer. Y por eso, ‘sacando pecho’, me los llevé desde la 5:00 p.m. a una breve visita por algunos sitios emblemáticos del Sur y el Oeste. El grupo, además de mis amigos ‘rolos’, incluía también a dos ‘gringos’ que trabajan desde hace ya casi un año en Colombia. Era su primera vez en Cali.

Debió ser ese viento sobrenatural que baja de los Farallones, o el sol que se estallaba en mil colores para despedir la tarde, o el pedazo de arco iris que se comieron en un cholado de las Canchas Panamericanas, o una pachanga de Palmieri que brotaba desde algún rincón, o el hechizo de los ringletes de San Antonio, o las caras lindas de mi gente negra, o esa sonrisa cálida que aquí a la gente nunca se le agota, o todo eso junto.

El caso es que no tuve que esforzarme mucho. En poco tiempo todos estaban contagiados por ese ‘feeling’ único, misterioso e inexplicable que solo existe en Cali.

Todo iba casi perfecto hasta que, sobre las 9:30 p.m., llegamos a uno de los restaurantes de El Peñón. Y, después de sentarnos, el mesero advirtió: “Me da pena, pero la cocina cierra a las diez. No vamos a poder atenderlos”.

La intervención del caleño del grupo resolvió el impasse, pero a partir de allí la cena estuvo marcada por un servicio apresurado, poco cortés y lleno de ‘detalles’, que al final se cortó intempestivamente cuando aterrizó la cuenta antes de que la pidiéramos.

Entonces uno de los ‘gringos’, entre asombrado y divertido, soltó la frase que da título a esta columna: “El dueño nos está diciendo: Vete, no me compres más”.

A partir de allí vinieron las preguntas demoledoras: que por qué Cali se muere después de las 10:00 p.m.; que por qué entre semana no hay un sitio dónde ver un show de salsa; que cómo es posible que una ciudad bendecida con este clima no lo aproveche en las noches; que cómo, en últimas, los caleños les decimos a los turistas de mil formas: “No me compres más”.

Saqué una amplia batería de justificaciones, y finalmente la noche terminó bien. Pero aquí estoy, días después, tratando de exorcizar la ‘piedra’ que me dejó esa noche.

Porque recordé cómo la enorme ‘botadera de corriente’ que tuvimos aquí hace algún tiempo, sobre la idea de tener una ‘Cali 24 horas’, terminó en nada. Ni las autoridades, ni las denominadas ‘fuerzas vivas’ -que a veces parecen muertas- lograron articular una estrategia creíble, ambiciosa, sostenible, para convertir la noche en una herramienta que explote el enorme potencial turístico de Cali.

Y eso es una verdadera lástima, si se tienen en cuenta las sorprendentes cifras del sector turismo: el año pasado 205.084 visitantes extranjeros llegaron al Valle del Cauca. El 91% de ellos tuvo como destino principal a Cali y el 75% vino solo con el único propósito de pasear. Y este año, hasta abril, ya habían llegado más de 66.800 turistas. Cada uno de ellos se puede gastar más de $800.000 en una semana. Cali es ya el cuarto destino más apetecido por los turistas extranjeros.

¿Entienden la enorme oportunidad que todo eso representa para generar empleo e ingresos a una enorme franja poblacional de todos los estratos de esta ciudad? ¿Se dan cuenta que allí se podría gestar un ‘milagro’ económico que nos beneficie a todos?

Desde algunas esferas me dicen que sí se trabaja para lograr ese objetivo. Yo creo que muy poco. Y muy lento. Que falta voluntad política para tomar decisiones al respecto. Y, mientras tanto, le seguimos diciendo al turista: “No me compres más”.

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