A Santa Librada
Un colegio capaz de nutrir durante dos siglos a la sociedad de una legión de mentes brillantes...
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12 de may de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:40 p. m.
De vez en cuando Dios se deja caer en la tentación de maquinar ideas diabólicas para burlarse de nosotros. Lo hace quizá para divertirse un poco en medio del tropel insoportable de este mundo. O tal vez para vengarse del desmadre en el que convertimos su obra perfecta.
El caso es que a veces, con total ensañamiento y sin pizca de remordimiento, nos estrella contra el muro de nuestra propia ceguera. O nos sirve dos tazas del caldo que aborrecemos. O hace que nos traguemos las palabras sin pasante y sin pena, en asfixiante trance de garganta con arena.
Nos pasa a todos. Y le pasó a Jotamario Arbeláez, habitual opinador de estas páginas y uno de los pocos hombres que se da el lujo de vivir de la nada -aunque no es un político-, poeta para más señas.
Por allá en 1961 le dedicó al colegio Santa Librada su primer poema, que cerraba con sonoro portazo el retrato de su azarosa aventura en la academia: “Santa Librada / College / yo no te debo nada”.
Pero sesenta años y muchas canas después, quizá por obra y gracia de una broma de Dios, se vio obligado a rectificar el final de aquel célebre poema insigne del nadaísmo. Y escribió: “Ay Santa Librada / Mi santa barbada / Todo te lo debo / No me debes nada”.
Se produjo así el desagravio que muchos exalumnos de este histórico claustro esperábamos, pues si algo tenemos claro es que a Santa Librada le debemos todo. O casi todo.
Fue allí donde, además de los secretos de los libros, empezamos a descubrir el real valor y el sentido profundo de dos palabras que todos perseguimos a lo largo de la vida, pero suelen sernos esquivas: libertad y felicidad.
Si es cierto aquello que escribió César Isella en una hermosa melodía del cancionero latinoamericano -que “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”–, entonces yo no me he ido nunca de Santa Librada.
Porque aunque hace más de 30 años recibí el insigne diploma que le fue esquivo a Jotamario, mi alma y mi memoria siguen allí, rondando sus salones, sus pasillos y sus prados. Después de mi viejo barrio, fue en Santa Librada donde recibí las lecciones más valiosas de la ‘Maestra vida’.
Y es uno de los lugares a los que quisiera volver, incluso después de muerto, como travieso fantasma de la promoción del 86, Grupo 11C, jornada de la tarde.
Santa Librada, próximo a cumplir 200 años de existencia, es mucho más que un valiosísimo patrimonio histórico de Colombia. Es, por encima de todo, el referente más poderoso de la importancia que tiene para un país la educación pública.
Un colegio capaz de nutrir durante dos siglos a la sociedad de una legión de mentes brillantes -científicos, intelectuales, investigadores, deportistas de élite, literatos, artistas, cuatro ex presidentes de la República-, es un reflejo de lo que se puede lograr cuando el Estado apuesta de verdad por la educación.
Por eso causa tanto dolor, rabia y tristeza observar cómo Santa Librada se cae a pedazos, mientras la clase política de esta ciudad hace gala de su mediocridad y su manifiesta incapacidad para evitarlo.
Recuperar el colegio es un proyecto de enorme impacto social que tiene un costo de $50.000 millones. Pero aunque el Alcalde no ha terminado de invertir los $650.000 millones de créditos que le aprobaron hace un año, ahora quiere usar a Santa Librada de ‘parapeto’ para que el Concejo le apruebe otro empréstito por $150.000 millones. ¿Así o más avispado?
Y mientras el Estado se regodea en su exasperante burocracia, los alumnos, docentes y la rectora de Santa Librada, Mónica Medina, siguen rezando para que los techos ruinosos y las paredes agrietadas no se les vengan encima.
Quizá no haya una imagen más reveladora del absurdo que hoy vivimos en Cali: una ciudad urgida de educación pública de calidad , que deja caer su más representativo colegio público.
El alcalde Ospina, un hombre al que le encanta hablar de la Cali del futuro, demuestra una vez más que no tiene idea de cómo cuidar la Cali del presente. Los grandes íconos de esta ciudad mueren bajo su gobierno sin pena ni gloria: Sebastián, La Ermita, Las Tres Cruces, la Salsa y ahora Santa Librada. Y no parece ser una broma celestial.
Jorge Iván / Cali está acabada /Yo no te debo nada...
Sigue en Twitter @osovillada

Periodista y economista. Melómano apasionado, autodidacta obsesivo y enamorado eterno de Cali. Nadie le quita 'lo bailao'
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