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Voto preferente

Partidos políticos organizados y disciplinados no existen, ni van a aparecer porque la ley lo diga.

19 de octubre de 2018 Por: Óscar López Pulecio

Hay un enorme abismo entre el propósito de la reforma política que se discute en el Congreso de acabar con el voto preferente y la organización que requieren los partidos políticos para que existan las listas cerradas que van a reemplazarlo.

El voto preferente da al ciudadano el derecho a votar por una persona determinada en la lista de candidatos de su partido, de modo que el resultado final de la votación lleva a la reorganización de la lista por número de votos para la asignación de curules. Las actuales normas colombianas permiten también la existencia del voto no preferente, donde se vota por la lista cerrada del partido, así que lo que se busca es que sea obligatorio.

Sólo que partidos políticos organizados y disciplinados no existen, ni van a aparecer porque la ley lo diga.

Cuando se creó la figura en la reforma política del 2003, lo que se hizo fue reconocer una realidad electoral. Los partidos se habían convertido en organizaciones regionales, sin una dirigencia nacional con suficiente autoridad política para imponer una lista cerrada. Y la lucha por un lugar privilegiado en la lista no hacía sino fracturar más las organizaciones partidistas.

De hecho, sólo el Centro Democrático y el partido Mira, con organización y liderazgo, mesiánicos y caudillistas, han presentado en el pasado listas cerradas a las elecciones nacionales de Senado y Cámara.
El voto preferente tiene muy mala prensa. Se le sindica de ser el causante de la corrupción y el clientelismo, pues crea un vínculo personal entre el elector y el elegido, que supone un intercambio de algún favor. Sin embargo, ha sido un poderoso instrumento de descentralización del poder político y ha impulsado la representación regional de líderes políticos capaces de lograr los votos para llegar al Congreso. Podría decirse que una bancada política nacida del voto preferente es más representativa de la voluntad popular porque los electores escogen directamente a la persona que creen pueda representarlos mejor.

Esa es la teoría. La práctica ha sido nefasta, pues en muchos casos esas clientelas están basadas en compra de votos, favores políticos, cuotas de poder en la administración pública. Pero como siempre sucede, la corrupción que todo lo ensucia es la responsable del desprestigio de una idea correcta.

El problema es que el establecimiento de las listas cerradas tampoco garantiza la transparencia en la elección, a no ser que esas listas sean producto de una amplia convención partidista y no del uso del bolígrafo de quien se crea dueño del partido, que fue lo que acabó con el sistema cuando existía.

El tío Baltasar, despistado analista político, dice que si partimos de la base de que todos los políticos son corruptos y de que la política todo lo corrompe, no hay ninguna institución que funcione por bien diseñada que esté: ni la participación de las coaliciones políticas en el gobierno, ni la conformación de listas partidistas que reflejen de verdad la opinión ciudadana, ni la reorganización administrativa de los partidos y su identidad ideológica.

Con voto preferente o no, el Congreso Nacional no tendrá mayor representación política real, si no se sanea desde la base el oficio de hacer política, de dignificar la política. Mientras tanto, mejor el voto preferente, que al menos lleva al Congreso a los que sí tienen votos y tienen que responderles a sus electores.

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