Un Oscar para Abraham
El hombre, su figura huesuda alargada aún más por el sombrero...
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12 de ene de 2013, 12:00 a. m.
Actualizado el 22 de abr de 2023, 11:24 p. m.
El hombre, su figura huesuda alargada aún más por el sombrero de copa, cabalga entre los muertos del campo de batalla de una guerra que ya está por terminar, que lleva cuatro años y ha costado un millón de muertos, entre ellos 620.00 soldados de ambos bandos, dos terceras partes de ellos por enfermedades, muchos víctimas de la combinación perversa del combate de cargas de infantería y las nuevas armas de repetición que arrasaban las filas. Pero Abraham Lincoln, primer presidente republicano de los Estados Unidos de América, una nación dividida por la guerra civil, dilata el final porque considera que antes de hacer la paz con los Estados rebeldes de la Confederación, el Congreso debe aprobar una enmienda constitucional que haga ilegal la esclavitud, cuya existencia ha sido el origen de la guerra.Corre el año de 1865, el último de su vida, y para el trámite de la Treceava Enmienda Lincoln, quien acaba de ser reelegido, mueve todos los hilos de la política para convencer a los miembros de la Cámara de Representantes de aprobarla, como ya lo había hecho el Senado. Tiene que moderar a los Republicanos Radicales, que quieren un proyecto abolicionista más ambicioso; lidiar con los demócratas esclavistas a quienes compra con puestos, promociones, halagos, apoyos, como cualquier manzanillo tropical; darle altura moral a un debate en el cual se juega la suerte misma de la Nación, contra la evidencia de que la abolición arruinará la economía del sur. Todo ello mientras la comisión de paz de los Confederados espera en las afueras de Washington y los muertos crecen. Es el juego mortal de la política, en el cual el gran político se sale con la suya. Los confederados pierden la guerra en el campo de batalla, pero pierden su causa con la reforma de la Constitución. Tras la rendición de la Confederación, cuatro millones de esclavos negros son liberados.Steven Spielberg cuenta esta historia en una película memorable, Lincoln, no apta para el gran público, pero indispensable para quien tenga interés en el proceso que lleva las decisiones políticas a convertirse en hitos históricos. Filmada casi toda en interiores, con una luz sepia que la envuelve en la penumbra, la película es un extraordinario tour de force, de tres grandes actores. Daniel Day-Lewis, quien reencarna en Lincoln con un parecido asombroso y esa personalidad contradictoria que recogen sus contemporáneos: distante, tierno, bromista, serio, estadista, politiquero, soñador, pragmático, convencido de la altura moral de su causa y de la legitimidad de los medios políticos para obtenerla; Sally Field, como Mary Todd Lincoln, obsesionada con la suerte de sus hijos, histérica, una víctima más de la guerra; y Tommy Lee Jones, como Thaddeus Stevens, el Republicano Radical, irascible, que tiene que hacer de tripas corazón para votar una enmienda que se queda corta frente a sus convicciones. Todos merecedores de un Oscar. Basada en el libro Team of Rivals (Equipo de Rivales), de Doris Goodwin, la película es una larga lección de historia, llena de diálogos, un tanto teatral, que enseña un par de cosas: la política como instrumento para alcanzar grandes transformaciones sociales, con mayor fuerza que la guerra; la grandeza del liderazgo cuando está inspirado en una causa justa; y el carácter pragmático que debe tener el ejercicio del poder para obtener un alto objetivo moral. El Lincoln gigantesco en su memorial de mármol fue el Lincoln humano que hizo posible la leyenda.

Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas. Ha sido embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido, Gerente Regional de la Caja Agraria y Secretario General de Anif y de la Universidad del Valle.
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