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El oficio de reír

Mucho se menciona aún al personaje del Burgués Gentilhombre, quien enriquecido por el comercio contrata profesores para que le enseñen música, gramática, todos los oficios que debe conocer un caballero, y descubre asombrado que toda su vida había hablado en prosa.

21 de enero de 2022 Por: Óscar López Pulecio

“Cúbrase usted ese seno, que yo no sabría mirar, y puede ocasionar malos pensamientos”, le dice un cura libidinoso a una bella dama descotada, mientras la mira de reojo, en el Tartufo de Moliére, comedia estrenada en 1664 en el Palacio de Versalles, delante de Luis XIV, que se muere de la risa. Pero al confesor del Rey Sol no le cae en gracia una obra que se burla de la hipocresía del clero y Moliére tiene que reescribirla dos veces, para pasar la censura. Cuatro siglos después, aún se representa y Tartufo, el falso devoto, se ha convertido en el símbolo de la impostura.

Moliére nace como Jean-Baptiste Poquelin, en enero de 1622, hace exactamente cuatrocientos años, y la Comedia Francesa lo celebra reponiendo sus principales obras. Perteneciente a la burguesía educada, estudia leyes, pero pronto descubre su talento como actor. Y además escribe. Dicen que era un cómico genial. La gente se desternillaba de la risa con sus muecas y sus expresiones, un camino que lo llevó a tener el favor de un rey tan pagado de sí mismo como Luis XIV, quien entendía el poder como un escenario fastuoso, donde cabía una sonrisa.

Aburre al Rey como actor dramático, un bostezo real acaba con esa carrera. Pero triunfa como comediante. Es un refinado payaso que dice cosas atrevidas con ingenio en una sociedad donde todo se hacía, pero todo se callaba. Inventó con los dos músicos más importantes de ese tiempo Lully y Charpentier, la Comedia-Ballet, donde se tocaba y bailaba en los intervalos mientras se hacían los cambios de vestuario. Lully y Moliere son el entretenimiento de la fiesta inolvidable con que se inaugura el palacio Vaux-le-Vicomte que le cuesta el cargo y el palacio, a Fouquet, Intendente de finanzas, que lo ha construido con fondos públicos.

Moliére, que se burla de todo el mundo, tiene muchos enemigos. La madre del Rey, la española Ana de Austria; el Príncipe de Conti, con sus consejeros rezanderos que le recomiendan la virtud para curarse de la sífilis; y hasta Racine, el dramaturgo, que le tiene envidia. Todos lo acusan de haber bajado los altos estándares morales del reino, de convertirlo en una comedia. Sus compañeros de farándula, que desde entonces ha sido un mundo de celos y zancadillas, lo acusan además de no haber escrito sus comedias, pues trabajó algunas de la mano, a cuatro manos, con Corneille, que es un comediante más prestigioso que él; y de plagiar con descaro las tramas de otros autores, lo cual es casi cierto.
Para completar, se casa con la hija de su amante, que algunos dicen es su propia hija, bellas las dos.

Pero con el arma de la risa desarma a los demás. Muere a los cincuenta años de tuberculosis y es enterrado de noche en sagrado con licencia real pues no ha abjurado de su oficio antes de morir como lo exigía la Madre Iglesia a los comediantes. Sus obras principales: Tartufo, las Preciosas Ridículas, El Enfermo Imaginario, el Burgués Gentilhombre, el Misántropo, el Avaro, el Médico a Palos, le sobreviven por ser un divertido y agudo retrato de las falsedades, los arribismos, la hipocresía, los intereses ocultos de la vida social, iguales entonces como ahora.

Mucho se menciona aún al personaje del Burgués Gentilhombre, quien enriquecido por el comercio contrata profesores para que le enseñen música, gramática, todos los oficios  que debe conocer un caballero, y descubre asombrado que toda su vida había hablado en prosa.

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