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Cuerpos semidesnudos

Un enorme bloque plateado que gira en la mitad del escenario, alrededor del cual los bailarines entrenados en técnicas clásicas danzan al ritmo moderno de una música generada electrónicamente.

15 de noviembre de 2019 Por: Óscar López Pulecio

Un enorme bloque plateado que gira en la mitad del escenario, alrededor del cual los bailarines entrenados en técnicas clásicas danzan al ritmo moderno de una música generada electrónicamente, en un ambiente de penumbra que recrea el mundo de los sueños, fue la pieza del Ballet del Teatro Nacional de Belgrado, Dreamhunters, Cazadores de Sueños, con la cual se inauguró la IV Bienal Internacional de Danza de Cali.

Fue lo mejor de lo que se vería después, un conjunto de once compañías de diferentes países: Chile, Brasil, Canadá, Suiza, España, Francia, Serbia, Senegal y Japón, junto con 28 compañías nacionales. La muestra internacional, de gran calidad, mostró en su enorme variedad un elemento común: cómo se han borrado las fronteras entre el teatro y la danza, un fenómeno universal que se da hoy en todas las disciplinas y géneros artísticos. En el caso de la danza y el teatro, se consigue llevar el mensaje del esplendor de la vida a un mundo globalizado sin la dificultad del texto. Música y danza, el lenguaje universal.

Para destacar, algo entre surrealista y divertido: El Jardín de las Delicias, de la compañía Marie Chouinard, de Canadá, con coreografía inspirada en el loco delirio del tríptico de El Bosco, pintado a fines del siglo XV, hoy en El Prado, que fue a dar al cuarto del Emperador Felipe II, como botín de guerra del Duque de Alba en la campaña de Flandes. El austero y rijoso Emperador debió tener sueños eróticos parecidos al montaje hecho del cielo, el purgatorio, el infierno por la compañía canadiense, para conmemorar los 500 años del nacimiento del pintor. Excitante el purgatorio, con sus doncellas elásticas y semidesnudas. Nada digno de mención pasa en el cielo.

O la compañía Focus Danza de Río de Janeiro, que baila la música de Steve Reich, compositor norteamericano de música contemporánea, con el ritmo de la música callejera y los tambores de África, para describir el eterno encuentro de los cuerpos, hombres y mujeres, también semidesnudos, porque en esas materias nada ha cambiado en 500 años. La compañía Olivier Dubois de Francia con su montaje Memorias de un Señor, resultado de una residencia artística en la cual Remi Richaud y 40 bailarines de Cali, narran en el escenario con el recurso de los cuerpos aglomerados, amontonados, a la huida, la historia de un tirano en decadencia.

O la compañía Ricardo Curaqueo de Chile con sus danzas mapuches interpretadas por mujeres de esa etnia de todas las edades, una coreografía que es en sí misma una protesta política; o Accrorap de Francia, con Raíces, the roots, el ritmo peligroso y veloz de los bailes urbanos callejeros; o el ballet del Teatro Castro Alves de Brasil, cuyo director surcoreano Jae Duk Kim, mezcla lo imposible: la capoeira con ritmos orientales, la agitación de la samba con la lentitud del lejano oriente, un espectáculo oscuro y misterioso; o el Ballet Nacional de Chile, Banch, con La Hora Azul, que recupera el papel del cuerpo de baile con sus coreografías precisas y sincrónicas, pero al ritmo y con los movimientos de los tiempos que corren, clásico y moderno.

Y todo ello aquí en la parroquia, que es tan parroquial y salsera, gracias a Proartes y a la inagotable energía de Amparo Sinisterra de Carvajal y su equipo, que acrecienta así la deuda impagable que tiene con ella la cultura.

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