Motivos para el optimismo
Pasan las semanas y febrero parece el mes 14 del año pasado. Pero no hay que perder las esperanzas. Hay razones reales para recuperar la ilusión.
El primero de enero brindamos pensando que, al finalizar el 2020, el panorama sería soleado y todas las crisis desaparecerían. Que después de meses larguísimos bajo la sombra del covid, el descontento civil en el mundo entero, y la estrepitosa caída de la economía, todo iba a cambiar.
Pasaron las semanas y seguimos encerrados, con incertidumbre en el bolsillo, pegados al Zoom, sin vacunar y con un futuro incierto por delante. Al final, el nuevo año no borró el tablero de preocupaciones.
Pasan las semanas y febrero parece el mes 14 del año pasado. Pero no hay que perder las esperanzas. Hay razones reales para recuperar la ilusión.
Lo primero, la respuesta rapidísima de la ciencia a un virus mortal. Gracias a la investigación y desarrollo, la colaboración médica y con los gobiernos, los resultados de las pruebas de eficacia de las vacunas, casi todas, apuntan a una prevención total de hospitalizaciones y muertes.
Sin duda motivo de júbilo. En todos los continentes se ha logrado mitigar el progreso del virus con responsabilidad ciudadana, políticas efectivas y sistemas de salud, que a pesar de estar al tope, se volcaron a salvar vidas.
La distribución de las vacunas en los próximos meses servirá para acelerar la tendencia. Para rematar, algunos de los hallazgos son transferibles a otras enfermedades.
Segundo, está la tranquilidad de un mundo sin Trump. La derrota del presidente de Estados Unidos, y el regreso del país a la cordura tiene enormes réplicas en el resto del mundo, en seguridad nacional, estabilidad económica, y fortalecimiento de organizaciones mundiales.
Su ausencia también es un golpe para la autocracia mundial, y da espacio para enfrentar de manera coordinada temas como la energía renovable, la sostenibilidad y la conservación de la biodiversidad. No se garantiza una solución inmediata, pero si representa una inyección importante de recursos y tecnología.
Tercero, el uso de la tecnología para el progreso nunca ha sido más visible que ahora. La conectividad permitió la continuación de programas educativos, actividad productiva, prestación de servicios y manejo del sector público. Gracias a la existencia de estas herramientas se conectaron familias, amigos, se abrió la puerta para emprendedores que han ofrecido desde clases de cocina y entrenamiento personal, hasta manejo de finanzas personales y programas de doctorado.
Cuarto, en el panorama de interacción, aumentó el interés por acuerdos regionales para solucionar problemas comunes. El acuerdo continental africano, (Afctfa) abrió las puertas a la colaboración comercial y de inversión en un continente diverso y complejo. El Rcep iniciado en Asia Pacífico es el tratado más amplio del mundo.
En Medio Oriente se alinearon políticamente con Israel a través del acuerdo Abraham, y el triángulo norte inició conversaciones con el sector privado para fomentar el realineamiento de las cadenas de abastecimiento. Europa, post Brexit, busca fortalecer sus instituciones y se ha consolidado en temas tecnológicos, regulatorios, y ambientales.
Y lo más importante: hemos aprendido a vivir en comunidad, a tener paciencia, a leer, meditar, cocinar, apreciar la salida del sol y las notas de una canción. A entender que un año nuevo no soluciona todo, pero sí sirve para cambiar el pesimismo por una buena cara.
Sigue en Twitter @Muni_Jensen