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Golpe a la americana

“Yo sé que lo que sucedió en el Capitolio fue un golpe, y que los organizadores son terroristas. Pero en mi vocabulario no caben esas palabras”.

15 de enero de 2021 Por: Muni Jensen

“Yo sé que lo que sucedió en el Capitolio fue un golpe, y que los organizadores son terroristas. Pero en mi vocabulario no caben esas palabras”. Esta reflexión de mi amiga Kirsten, nacida en Missouri, resume la incredulidad ante los hechos en un país que se atribuye la tarea de exportar a toda costa su modelo democrático. En inglés no hay palabra para golpe ni mucho menos para autogolpe; le dicen ‘coup’; así, en francés.

“Es irreal. Me siento hablando con un corresponsal en Bogotá”. Jake Tapper, veterano periodista, la cara de CNN en Washington, se refirió así a las noticias de la toma del Capitolio. Tapper ha viajado por el mundo entero, muchas veces en avión presidencial. Con la misma inocencia de un ciudadano sin tablas internacionales, reflejó torpemente la fe ciega en su democracia y la superioridad típica de su país frente a las llamadas repúblicas bananeras. No fue tanto un insulto a Colombia, sino una muestra de soberbia generalizada.

Es comprensible la sorpresa. La sensación de que estas cosas no pasan en Estados Unidos la tenemos todos. Lo que no es perdonable es la falta de previsión. Los hechos del seis de enero estaban cantados, y circulaban por redes múltiples conversaciones entre grupos extremistas. Lo más grave: una hora antes del golpe el propio Presidente incitó públicamente a las masas. La cadena de despliegue de seguridad se rompió en varios eslabones. La razón es simple: el propio comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Donald Trump, abrió las puertas a que se interrumpiera por la fuerza el proceso constitucional de transmisión de mando. Lo permitió, lo alentó, y le entregó el Capitolio, la casa de la democracia, a los insurgentes. Sin duda, un intento de golpe. O en inglés afrancesado, un ‘coup’.

Hoy, en vísperas de la posesión de Joe Biden, que llega al poder por un camino pedregoso, Washington está cerrada, forrada de cercos y muros y poblada por la Guardia Nacional que llegó diez días tarde a proteger la libertad, una demostración de que los Estados Unidos siempre exageran en sus reacciones después de estrellarse con crisis que no ven venir.

Mientras en el Congreso se debate el juicio político contra el Presidente, un populista, racista y peligroso, el venerado Partido Republicano cuestiona su futuro. Lo cierto es que alimentó y dejó coger vuelo a un populista pavoroso. Otra muestra de ingenuidad. El partido no anticipó el poder de un líder amoral que desde el primer día desconoció a las instituciones, la constitución y los instrumentos de la democracia misma.
No sospechaban que se convertiría en un gobierno autoritario.
Confiados en su país aparentemente blindado frente a los autócratas y protegido contra los golpes, permitieron los excesos mientras llenaban sus bolsillos. Hasta los más moderados se aliaron a cambio de votos y reelecciones. Así, el partido Republicano perdió el norte, la credibilidad y en algunos casos, los fondos privados para sus campañas. Los republicanos quedaron, eso sí, como únicos representantes de un grupo numeroso de descontentos de raza blanca que a partir del próximo miércoles quedan desamparados, armados y enojados. No está claro si el partido se va a fracturar, diluir o reinventar. Pero los trumpistas siguen ahí.

Los que se están en contra del juicio político o ‘impeachment’ a Trump tienen sus razones. Es inconveniente, doloroso y lleno de riesgos. Pero es indispensable dar ese paso si Estados Unidos quiere recuperar su mayor fortaleza y su supervivencia, la confianza en su democracia y la fortaleza de sus instituciones. Es un primer paso para llegar al fondo de las fracturas políticas y sociales que la amenazan, un escudo contra el autoritarismo. De no hacerlo tendrán que inventar una palabra en inglés para describir el ocaso de un gran país.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen