Consuelo de tontos
Los líderes y antilíderes de América Latina no llegaron solos. La mayoría ganó por elecciones y no por la fuerza. Son comodines oportunistas que nacen y surgen y luego ganan porque hay un vacío de integridad, de compromiso, de visión.
Siga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias

12 de ago de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 05:01 a. m.
La campaña, triunfo y posesión de Gustavo Petro despertaron entre los colombianos partes iguales de disgusto, ilusión y escepticismo. En todas las esquinas del país surgen preguntas válidas sobre el impacto de este gobierno en la vida diaria, la economía, la inversión, la seguridad, y a qué punto afectará a cada uno sus ambiciosas reformas. Quedan dudas sobre su estilo de gobierno, sorpresa sobre nombramientos, alegría frente a la diversidad, preocupación ante la inexperiencia de unos y la reputación de otros.
Tal vez la palabra que mejor resume el sentimiento nacional tras este viraje histórico en Colombia es la incertidumbre. Este sentimiento siempre es difícil de manejar, en el trabajo y en las relaciones personales, entre padres e hijos, entre amigos y colegas. Crea dicha y falsas ilusiones para unos, y paranoia y sensaciones apocalípticas en otros, todos bajo el paraguas de la duda. Quizás el verdadero antónimo de esta incertidumbre no sea la certeza, sino la confianza. Sin confianza no hay construcción, no hay comunicación, no hay futuro. Ojalá se logre construir en la Colombia de hoy, con hechos y no tanta promesa. Con un equipo más comprometido que oportunista, con una sociedad más crítica que criticona. Más tertulias con voces diferentes, menos grupos de WhatsApp de los mismos con las mismas. Es tal vez la única forma de crear un indispensable mecanismo de rendición de cuentas en vez de un coro de aprobación tácita y otro de odio.
En el continente entero se ha replicado el fenómeno de los extremos, que aparecieron como una plaga en Estados Unidos hace 20 años con el famoso Tea Party, que secuestró el partido Republicano izando una oportunista bandera religiosa que desde Lincoln siempre separó la iglesia del Estado y desencadenó en el triunfo de Trump y remató con malas copias como los estridentes gobernadores de Florida y Texas. Los extremos también llegaron al partido de Clinton, con demócratas que, más preocupados por hacer Tik toks populistas y quitarle fondos a la Policía que por el empleo y el suministro de salud, vendieron el sofá con sus denuncias personalistas, y aplastaron los valores fundamentales de su partido, históricamente tan cerca de la clase trabajadora. El resultado, un jaque mate donde nadie avanza y el centro no tiene votos. En Europa vemos partidos verdes, nazis, xenófobos, ‘progres’, ultranacionalistas, verdes, ninguno con plataforma incluyente. El resultado es una colcha de retazos en gobiernos de coalición, que se juntan con Dios y el diablo para mantenerse en el poder rodeado de enemigos acomodados. Ejemplos abundan.
América Latina llegó tarde a la fiesta de los polos, pero llegó bailando. A la derecha, El Salvador con un millennial autócrata. En México, un Amlo que gobierna de espaldas a los inversionistas y a los narcos. En Brasil todo apunta a un nuevo período de Lula, destituido por corrupción. Chile tuvo que escoger entre el simpatizante de Pinochet y un líder estudiantil con calle y sin experiencia. La lista es larga y da para generalizaciones sobre un continente de izquierda. No es eso, es un continente y un mundo en el que los sistemas políticos fallaron, las promesas entre gobernantes y votantes se rompieron, donde los problemas se taparon con curitas, donde las instituciones que tenían que funcionar se derrumbaron en su propia codicia.
Los líderes y antilíderes de América Latina no llegaron solos. La mayoría ganó por elecciones y no por la fuerza. Son comodines oportunistas que nacen y surgen y luego ganan porque hay un vacío de integridad, de compromiso, de visión. Es evidente que, a pesar de algunas buenas intenciones, los políticos de este siglo han fallado en su compromiso de reducir la desigualdad, de ocuparse de crear alianzas constructivas con los empresarios, la sociedad civil y la academia para progresar. El resultado es que los extremistas salen de sus respectivas esquinas con banderines de cambio para llenar espacios de una sociedad hastiada con la corrupción, el desempleo, la ineficacia. Algunos traen ideas que suenan ilusionantes y novedosas y usan prácticas de marrulleros de toda la vida. Otros sin experiencia, hinchados de ego que son incapaces de entender la política y la problemática actual, tan transversal y universal. En ambos lados hay títeres arropados de símbolos y promesas. Da igual. El Covid, la migración, el cambio climático, las fracturadas cadenas de suministro, el impacto de las guerras en la economía, los negocios ilícitos son todos problemas multinacionales, que superan fronteras y crean crisis a veces infranqueables, donde no funcionan los seudolíderes personalistas sino unas coaliciones autocríticas de la sociedad dedicadas a buscar soluciones. Colombia no es la excepción.
Sigue en Twitter @Muni_Jensen

Caleña. Graduada del Colegio Bolívar. Politóloga de Trinity College con Maestría en Estudios Latinoamericanos de Georgetown. Analista política y asesora para América Latina de Albright Stonebridge Group. Trabajó en Proexport en Bogotá y en la Cámara de Comercio de Cali. Fue subdirectora de la Oficina Comercial de Washington y jefe de prensa de la Embajada de Colombia en Washington.
6024455000