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Patria boba

Lo cierto es que somos en efecto, un país tremendamente católico y, somos también, un país de narcos. Queremos que nos recuerden por otras cosas, seguro. Pero más que preocuparnos por si nos ven como narcos, podríamos preocuparnos por no serlo.

12 de septiembre de 2017 Por: Melba Escobar

Hace un mes, cuando una de mis sobrinas suizas vino de visita a Colombia, reía al ver el anuncio de ese restaurante de cadena llamada ‘El Pollo Suizo’. Se tomó fotos con la bandera de su país junto a ese pollo sonriente.

“¿Y es que en Suiza hay tantos pollos?”, preguntaba. Supongo que sin tener que haber visitado ese país, una imagen de los Alpes y de casitas como la de Heidi aparecen en la imaginación cuando se piensa en Suiza. También el chocolate de calidad, los relojes finos o las vacas. Bueno, y habría que añadir, los pollos.

Así pasará más o menos con casi todos los países de los que tenemos alguna referencia. Los estereotipos no son una copia idéntica de la realidad, pero sí la representan. En Suiza, donde he estado, sí hay Alpes y vacas y casitas como la de Heidi. Y claro, hay mucho más. Pero el punto es que si se imaginan la montañita nevada y la casita de madera en forma de casita cucú, sí, es correcto, eso lo verán allá.

No obstante, la imagen es a todas luces insuficiente, así como la de Estados Unidos ilustrada por un obeso comiendo en McDonald’s también es reduccionista hasta el ridículo. A pesar de eso si uno va, muy posiblemente se encuentra con alguien así. Porque el estereotipo es eso, una reducción, pero al mismo tiempo una expresión de algo que en efecto existe ampliamente en el país que lo genera.

A España la llaman ‘el país de Franco’, ‘la cuna de la inquisición’, como si eso no fuese ya historia patria. Pero con decirlo, los demás entendemos de dónde se está hablando. Hay eventos históricos tan drásticos que marcan la identidad de una nación.

Es por eso que no deja de ser extraño lo ofendidos que están tantos colombianos con el diario El Mundo de España al haber publicado un artículo que se llama “Francisco en el país de los narcos”: “Dos santos del pueblo, pues, frente a frente, en una ciudad que, a pesar de seguir ‘adorando’ a san Pablo Escobar, ha dado la espalda a su camino y a su herencia violenta”.

¿Acaso el llamado Robin Hood paisa no ha sido adorado por cientos de miles de colombianos? ¿Y no comprenden los detractores de este escrito que el periodista está diciendo que “han dado la espalda a su herencia violenta?” ¿No ven que se está refiriendo a una evolución de un pasado narcotraficante hacia un modelo más pacífico?

Lo cierto es que somos en efecto, un país tremendamente católico y, somos también, un país de narcos. Queremos que nos recuerden por otras cosas, seguro. Pero más que preocuparnos por si nos ven como narcos, podríamos preocuparnos por no serlo. ¿No es eso más relevante?¿Luchar contra la cultura traqueta, fomentar la legalidad, declararle la guerra a la corrupción en vez de estar protestando, como pasó hace unos meses, por la valla de una serie televisiva en la Plaza del Sol de Madrid? ¿Acaso no es nuestro país líder mundial en producción de cocaína, con 710 toneladas anuales?

Entre 2013 y 2016 los cultivos de coca en Colombia aumentaron más de 130%, hasta 188.000 hectáreas y el Departamento de Estado en Washington dice que el 92% de la cocaína que es consumida por los estadounidenses viene de aquí. No podemos culpar a nadie de señalar lo evidente. Más bien deberíamos ponerle la cara a los hechos, tratar de evaluarlos con mirada crítica y hacerle honor a esa máxima que reza: “El primer paso para cambiar es aceptar los errores”.

Cuando lo hagamos, estaremos realmente empezando a evolucionar.

Sigue en Twitter @melbaes