Tips para sobrevivir
El cocodrilo del cuento nunca apareció, pero la estaca se convirtió en metáfora, pues ya en mi vida periodística en Cali, me tocó luchar contra feroces lagartos.
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16 de feb de 2022, 11:50 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:30 p. m.
Si un cocodrilo te ataca, debes ponerle rápidamente una estaca, a manera de mondadientes, entre el maxilar inferior y el superior. Una vez lo has neutralizado de esa manera, procedes a amarrarle la trompa con cinta scotch, de la gruesa, así que el feroz saurio queda convertido en un lagartito inofensivo. Fácil.
Esta forma de vencer cocodrilos de manera veloz y eficiente la aprendimos temprano en las historietas de Chanoc, el héroe mexicano socio de Sekuck, su carnal, un viejo cachimbero que conocía todos los secretos para luchar con cocodrilos en pantanos pestilentes, mucho antes que Steve Irwin, el valiente australiano que fue fulminado por una raya asesina.
Cuando era un chico en Buenaventura, aparte de partir tablas de chachajo con el filo de la mano, ya en plena fiebre de karateca, e inspirado por Bruce Lee, también me hice a una buena estaca de guayabo y la mantuve, afinada, en el maletín escolar, pues sabía que en cualquier momento la vida me depararía el encuentro con un feroz cocodrilo.
La verdad es que nunca llegó, no obstante que adelantaba su arribo en alguna playa de la isla; pero en la Costa del Pacífico solo pulula un caimancito casi doméstico que crece en los pantanos aledaños al río Telembí, y al cual los barbacoanos llaman ‘Tulicio’. Esta babilla, dicen ellos -las crían como gallinas en patios- es delicia suprema con leche de coco y plátano maduro en punto de miel. Mi abuelo era barbacoano, pero debo confesar que nunca probé el tulicio y tampoco el armadillo, otro manjar de estas tierras ribereñas.
El cocodrilo del cuento nunca apareció, pero la estaca se convirtió en metáfora, pues ya en mi vida periodística en Cali, me tocó luchar contra feroces lagartos.
La tragedia de Irwin, el cazador de cocodrilos, me hizo pensar en las paradojas de la existencia; un hombre hecho famoso por el Canal Discover, acostumbrado a coger serpientes venenosas, feliz como un niño cuando se revolcaba con cocodrilos de tres y cuatro metros, o cuando daba alimento en la lengua a los dragones de Komodo, encontró la muerte en el veneno de una raya. Pensé, inevitablemente, en Antonio Bienvenida, considerado en su momento el mejor torero del mundo, quien fue corneado por una vaquilla en una tienta campera el 4 de octubre de 1975. El animal le fracturó las vértebras cervicales y moriría tres días después, él que se había encerrado hasta con doce toros.
O la paradoja de Wayne McLaren, el modelo que por años encarnó al Hombre Marlboro, el estereotipo del cowboy que encendía un cigarrillo delante de una taza ahumada, en la fogata mañanera del bravo oeste, o cabalgaba por las azules praderas, inspirado por la supuesta testosterona que produce el tabaco. Murió de enfisema pulmonar.
O Johnny Weissmuller, el campeón olímpico de natación, a la postre el Tarzán de los monos. Podía lanzarse al río Matabi, en el Congo, con un cuchillo entre los dientes, o hacer cabriolas en los bejucos de los árboles.
No admitía doblajes. Al final de su vida, el agua de las piscinas le producía horror y murió trastornado, dando su famoso alarido por salas de hospital.
Para culminar este registro de paradojas, pensemos un poco en la vida de Christopher Reeve. Fue Superman, volaba de un edificio a otro en la ficción, y en la vida real su éxito, fortuna y amores, parecían dones a prueba de criptonita. Falleció después de un doloroso viacrucis. Empezó a morir después de caer de un caballo.
A veces la naturaleza se ensaña; la comunidad Uru de Bolivia está a punto de perder el lago Poopó, el mismo que tributa al Titicaca. Los nombres que recibieron estos lagos en su momento histórico, no son culpables de la depredación del medio ambiente, pero ‘jode’ saber que se llaman así.
Es como aquel que se declara poeta y en la cima de su vida, a los 80 años, descubre que ha escrito un solo poema. No hay lío; la vida es así. Algo es algo.
Sigue en Twitter @cabomarzo

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.
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