Ponle clave

Mientras aspiro el jazmín de la noche desde un pequeño bosque de palmeras en la parte trasera de mi casa, pienso en lo que es el mundo casi a mediados del año 20 del Siglo XXI:

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29 de abr de 2020, 11:50 p. m.

Actualizado el 25 de abr de 2023, 11:17 p. m.

Mientras aspiro el jazmín de la noche desde un pequeño bosque de palmeras en la parte trasera de mi casa, pienso en lo que es el mundo casi a mediados del año 20 del Siglo XXI; un presidente de Estados Unidos ansioso por abrir pronto la economía que es su carta de reelección,
naciones latinoamericanas que se hunden en el tremedal de la angustia económica, la muerte desatada que se lleva a miles que hasta ayer soñaban con ir al mar en el verano, una alcaldesa que acude a frases como “sobre mi cadáver” para causar un efecto en el populacho.

En breve repetirá, para dar crédito a sus afirmaciones, una frase que era predilección de una de mis tías, y que por supuesto ponía un sello de ceniza en lo que afirmaba: “Con estos ojos que han de comer tierra...”.

Para sentir que el mundo no es tan atrabiliario como creemos, tomo mi bicicleta al filo de las once de la noche y salgo a hacer mi treinta minutos diarios en la calle solitaria donde se confunden los perfumes; el tanino penetrante de un viejo pino de corteza descascarada envuelve mi paso como una serpiente de goma; aspiro los diferentes grados de madera ahumada que bajan de la montaña y reconozco los aromas de detergente que salen de cada edificio. Alguien lava de noche y me concentro en un pedaleo parejo solo interrumpido por el vuelo rasante del murciélago que ya me conoce.

Regreso a casa y pongo la aguja sobre un viejo disco del Sexteto La Playa: ¡Papas fritas!, y derivo, necesariamente, hacia la Misa Negra de Chucho Valdés, a quien vi en la tarde de un año ya olvidado en Nueva York. Fue en Carnegie Hall; antes de él, salió a escena Tomatito.

De las armonías del Latin Jazz, conocidas ya en la Cuba pre revolucionaria, se pasó, en el arte de un pianista como Chucho Valdés, a la interpretación de un mundo donde vigilan las deidades del Panteón Yoruba, junto a la hondura del ‘Free-Jazz’.

Valdés, heredero de una tradición -hijo de Bebo, expianista del Cabaret Tropicana- dio el paso definitivo para estructurar toda una revolución jazzística en el piano. De ese, su magisterio, nos entregó ‘Briyumba Palo Congo’, una producción en la que hace homenaje a la religión de los Congos en Cuba. Como se sabe, los ritmos afrocubanos tienen dos ríos principales -Yoruba y Lucumí- que desembocan al mar de una música universal, en la cual también reman, a su manera, Gonzalo Rubalcaba y Emiliano Salvador. Más, en la variedad étnica de los hijos de África trasplantados al Caribe, pueden mencionarse los Luangos, de Angola, los Congos, los Bámbaras, los Chambas, los Gangás y los Carabalíes. De estos últimos, muchos fueron traídos a Cartagena de Indias y llevados después a la Costa del Pacífico, lo cual explicaría, de alguna manera, la identidad musical de Buenaventura, y Cali, por añadidura, con la música cubana.

El mano a mano que Bebo hizo con su hijo Chucho en ‘Calle 54’, al interpretar ‘La comparsa’, frente a frente, piano a piano, todavía me eriza la piel.

El ensayista cubano Fernando Ortiz, dio a conocer las estratificaciones religiosas de Cuba, en uno de sus más celebrados textos: ‘Los negros curros’. Descendiente de esa savia rebelde y musical, Chucho Valdés imagina en el piano antiguas sentencias de su madre África, con ‘El Rumbón’, ‘Bolero’, ‘Caravan’, ‘Embraceable you’, ‘Pónle la clave’, ‘Rapsody in blue’, ‘Briyumba Palo Congo’. Todas estas composiciones, excepto ‘Caravan’ (Duke Ellington, Irving Mills & Juán Tizol ) y ‘Rapsody in blue’ (George Gershwin), son de su autoría, y fueron concebidas como ‘misas negras’.

El disco contó con la participación de Francisco Rubio Pampín (Bajo acústico y coro); Raúl Pineda Roque (Percusión y coro), y Roberto Vizcaíno Guillot, en las congas, el coro y los tambores batás.

Sigo, desde la distancia y el tiempo, los dedos de Valdés sobre el piano, para imaginar que el mundo puede ser mejor; aquella noche, también, Rubén Blades y Seis del Solar, Ralph Irizarry, uno de ellos, estrella de ‘Mambo Kings’, ahí donde Ibrahim Ferrer hizo llorar a los neoyorquinos. Oh, vida, cúbreme.

Sigue en Twitter @cabomarzo

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.

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