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París, la fiesta del cine

Hacer poesía en el cine nunca ha sido fácil, y de ahí...

18 de agosto de 2011 Por: Medardo Arias Satizábal

Hacer poesía en el cine nunca ha sido fácil, y de ahí el divorcio permanente entre la obra literaria y la película, la que resulta con carácter propio, lejana de lo que quiere decir un escritor. Por ello, Gabo se negó de manera firme a la filmación de ‘Cien años de soledad’. Hizo bien, por la salud de su obra y del cine.Existen excepciones, como la adaptación cinematográfica de ‘Muerte en Venecia’, o la excelente película ‘Il postino’, con música de Luis Bacalov, o ese filme que retrata la vida de Edith Piaf.‘Medianoche en París’ es uno de los filmes más bellos que se hayan hecho sobre el París de posguerra y su presencia en el arte, en la literatura del mundo. Woody Allen toma como pretexto de esta maravillosa producción, la vida de un escritor de quinto atril, nacido en una pequeña ciudad anodina de los Estados Unidos. Alguien que, sin embargo, sueña con ser grande entre los grandes y tiene esta fantasía, en el túnel del tiempo, de alternar con Gertrude Stein, Hemingway, Scott Fitzgerald, Luis Buñuel, Pablo Picasso, Tolousse Lautrec, Braque, Salvador Dalí, Zelda Fitzgerald, entre otros.“Si alguna vez visitas París, siendo joven, esta ciudad te perseguirá toda la vida, como una procesión…”, dice Hemingway en su obra; debo admitir que se trata de una de las ciudades más carismáticas del mundo, con esa magia del “quédate aquí”, que intuyó Carpentier en villas como Toledo o Sevilla.Por supuesto, en el filme no están los panaderos que redondean crèpes con crema de chocolate en la calle, ni los organilleros de la Rive Gauche que muelen su música de nostalgias entre los pintores que venden postales de Notre Dame a los turistas. Tampoco los restaurantes griegos que ponen pulpos en las vitrinas, o los mercados de pulgas donde venden platos pintados a mano y maletas desahuciadas.‘Medianoche en París’ es un viaje precioso al París del Can Can y del origen de esa tendencia artística que exaltó a los negros como una presencia fuerte en el arte de vanguardia, con la ‘Revue Nègre’ y la figura esbelta de Josephine Baker.Allen pone en casa de la Stein toda la fuerza de su creación, y acude a fiestas sagradas como si mirara por un rendija a estas mujeres de cuerpos gráciles, que aún vestidas parecían desnudas. Quizás los cuellos, las clavículas y los tobillos de las féminas se han empobrecido con los años, pero debemos admitir que en los 20, después de la guerra, eran como piezas de alabastro. A esa belleza hace culto Allen y pone a marchar en ese mundo al escritor en ciernes que se lamenta de no haber vivido en otra época. ‘Midnight in Paris’ es también un pretexto para mostrar la belleza de Claudia Bruni. En Cali tuvimos nuestra Stein; Nelly Domínguez Vásquez, quien decidió partir a Europa desde Buenaventura, y se instaló en París como una condesa. Ahí, daba cenas con calvados y absenta para los jóvenes escritores que soñaban con la fama parisina. Por sus manteles desfilaron García Márquez y Manuel Zapata Olivella. Esperó el vapor italiano en el puerto, llevando a su nana de toda la vida, la negra que la vio crecer, y dos bultos de panela del ingenio su padre. Conversando con Nelly un día, me dijo que la panela viajó a bordo del ‘Rossini’ y regresó a Colombia, también en barco, pues durante el tiempo que vivió en París, sobrevivió a las fiestas literarias, a los saraos que preludiaban ya su novela ‘Manatí’, pionera del realismo mágico en América.

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