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Lluvia de sobres

Ante la cercanía de la boda de una pariente con un ciudadano...

7 de octubre de 2010 Por: Medardo Arias Satizábal

Ante la cercanía de la boda de una pariente con un ciudadano belga, lustré los zapatos, desempolvé una corbata hecha en París -de las que hacían ahí hace 20 años, de aquellas que no tenían el ominoso ‘Made in China’- y pensé en lo que puede ser bueno y útil para unos recién casados; un toldillo blindado contra mosquitos, una ‘bataloca’ con zapatos compañeros en forma de cerdos, tipo luna de miel, una plancha contra incendios, con apagado automático, preservativos de colores con sabores frutales, o un wok de teflón.Finalmente ganó la máquina del pan, un adminículo al que se le echa harina, huevos, un poco de levadura y sal, se conecta al anochecer y ya en la mañana esparce por la casa ese aroma sencillo y bueno del pan recién horneado.Estaba en esas disquisiciones, cuando el portero llamó dos veces. Como vivo en segundo piso le bajé la canastilla para que me pusiera ahí un sobre. El mensajero, a gritos, me pidió desde abajo el nombre, número del registro civil de nacimiento, cédula, número de Rut y nivel de triglicéridos. “Qué caray, estoy en Colombia”, me dije, y le respondí una a una sus preguntas, también a gritos, no sin sentir pudor con el vecindario.El sobre en mención traía la preciada invitación de mi pariente, y una curiosa lista de artículos:“Doce copas de cristal Murano, (Murano es un islote frente a Venecia) una vajilla de Limoges, un comedor de doce puestos en cedro Caquetá, tres inodoros de Porcelanosa, un camino de mesa tejido por las reverendas Madres del convento de Alba de Tormes, un blackberry, la cuota inicial de un Hafei (creo, es un carro chino), tres candelabros en plata de Oaxaca, cinco lámparas de pie con pantallas de pergamino, un juego de cubiertos ‘Christofle’, una silla de montar ‘Thiery Hermès’, un portátil Sony, una cámara digital marca Canon, seis pijamas Victoria Secret’s, mocasines Sebago tipo ‘Yacht Club’, para él y para ella, un rascador de plata con mango de carey, tres juegos de sábanas Tommy Hilfiguer (algodón peinado), un ‘secreteur’ de talla pastusa, seis cortinas de lino español, dos batas de baño ‘Saks Fifth Avenue’, un paraguas Briggs, pantuflas Clarks, y seis limpiones de cocina en algodón Pima (peruano)...”.Quiero aclarar que dos de las cosas más sencillas y más acordes a mi bolsillo que encontré ahí, además de los limpiones, fueron una navaja suiza de seis servicios, para pesca, y una bacinilla de peltre, también importada de Suiza, de “las que tiene la Cruz Roja...”, decía el sobre.Me quedé sin habla por doce minutos, tiempo durante el cuál, lucubré, o mi pariente se ha convertido en una arribista de siete suelas, aseguró belga, o el tipo es también un ‘parvenue’ de miedo.Pero no iré, para que me respeten, porque dónde se ha visto que para asistir a una boda a uno le manden opción interminable de regalos, todos costosos, con marca incluida y, lo que es más vergonzante, con la tienda donde se adquieren. “Ridículo y obsceno”, dije para mis adentros, y me pregunté de dónde viene esta mala costumbre, tan distante de aquellos días en que uno elegía el regalo, y además lo llevaba a casa de la novia en la noche anterior al casorio.Como no he vivido en Colombia casi por tres lustros, esto de la ‘lluvia de sobres’ me tomó desprevenido. Mas supe que esto ocurre ya hasta en las mejores familias. Me dicen que la costumbre viene de la mafia siciliana que organiza bodas y asegura así patrimonio para sus críos.Hice un zepelín con el sobre y lo lancé por la ventana.

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