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El año del conejo

Este 2023 será el año del conejo, el cual augura un tiempo muy benéfico para el mundo

16 de noviembre de 2022 Por: Vicky Perea García

Este 2023 será el año del conejo, el cual augura un tiempo muy benéfico para el mundo, después de la tozudez y resiliencia del buey, que sucedió al fatídico 2020, año de la Rata.

Con la expresión !Kung Hé Fat Tsoi!, desean prosperidad en año nuevo, una celebración que tiene más rituales que el mundo cristiano. Para esa fecha, los chinos barren la casa y guardan la escoba como un fetiche. En ese día no se puede prestar plata y palabras como ‘Libro’ o ‘cuatro’, no se pronuncian.

El primero, ‘Shu’, está afiliado en su pronunciacion, a la mala fortuna, y el segundo, ‘cuatro’ (Shu), tiene connotaciones mortuorias.

Me correspondió esta actividad en una de las zonas más asiáticas de América: el barrio chino de San Francisco, entonces consagrado al año lunar del Dragón de Agua. En el templo budista ondeaba una bandera que parecía iluminar toda la ciudad.

Al fondo de la calle se veía el mar Pacífico, el mismo que rodea esta, la zona china solo comparable en extensión y vistosidad a la de Toronto, Canadá.

En las tiendas las vitrinas anuncian ‘Chinese dresses’ (vestidos chinos), y las mujeres se apuran adquiriendo finísimos ‘Chang Sangs’, el clásico traje de fiesta, sin mangas, con cuello Nehru y una abertura en el costado de la falda, todo en sedas rojas o negras, prendas traídas especialmente para esta ocasión, los colores del dragón.

Por la calle baja un dragón de papelillo; es llevado en hombros por chicos que emulan, haciendo eses, un enorme ciempiés; se adentran en los callejones y encienden pólvora en la puerta de los negocios, algo que los comerciantes agradecen, pues según creen, esta les trae prosperidad, buena suerte.

En la puerta de los restaurantes se disponen naranjos bonsái y se cuelgan también racimos de mandarinas. Para los chinos, los cítricos en la puerta, en el primer día de su Año Nuevo Lunar, son símbolo de paz y fortuna.

Pero, los viandantes se asoman a las tiendas también en busca de enormes galletas en forma de budas, de peces, de dragones. Cuenta la leyenda que Sidharta Gautama, Buda, reunió a todos los animales antes de morir, y a cada uno de ellos legó características particulares, vicios y virtudes, los mismos que se trasladan a la especie humana, según sea la fecha del nacimiento. El dragón es el más respetado de todos.

Buda murió de indigestión. Fue inicialmente un soldado, un guerrero que decidió finalmente seguir la voluntad de su corazón. Lo que en el cristianismo se denomina la ‘providencia’, o la búsqueda del espíritu santo.

Así, sus enseñanzas son seguidas hoy por más de 350 millones de personas en el mundo, con templos distribuidos en China, Japón, Corea, India, Tailandia, Filipinas y Estados Unidos. También Panamá tiene un templo budista en la cima de una montaña. Cali posee un lugar de oración consagrado a este credo.

Alguna vez el poeta Jorge Luis Borges, dictó una conferencia acerca de Buda, y habló de las cuatro verdades esenciales, con esta introducción:

“No entraré en esa larga historia que empezó hace dos mil quinientos años en Benares, cuando un príncipe de Nepal - Siddharta o Gautama -, que había llegado a ser el Buddha, hizo girar la rueda de la ley, proclamó las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero. Hablaré de lo esencial de esa religión, la más difundida del mundo. Los elementos del budismo se han conservado desde el siglo V antes de Cristo: es decir, desde la época de Heráclito, de Pitágoras, de Zenón, hasta nuestro tiempo, cuando el doctor Suzuki la expone en el Japón. Los elementos son los mismos. La religión ahora está incrustada de mitología, de astronomía, de extrañas creencias, de magia, pero ya que el tema es complejo, me limitaré a lo que tienen en común las diversas sectas. Éstas pueden corresponder al Hinayana o el pequeño vehículo. Consideremos ante todo la longevidad del budismo.

Esa longevidad puede explicarse por razones históricas, pero tales razones son fortuitas o, mejor dicho, son discutibles, falibles. Creo que hay dos causas fundamentales. La primera es la tolerancia del budismo. Esa extraña tolerancia no corresponde, como en el caso de otras religiones, a distintas épocas: el budismo siempre fue tolerante...”.

Cada año, el ciclo lunar chino está definido por un animal que procede del metal, del agua, del fuego o de la madera. Hace honor a uno de los elementos. Un mono de fuego, por ejemplo, tiene similitudes, pero no se parece a un mono de madera.

Miles de turistas del mundo acuden por estos días a San Francisco, para presenciar, como si estuvieran en China, esta fiesta milenaria que les recuerda de dónde vino el traqueteo festivo de la pólvora.

Desde tempranas horas los restaurantes abren sus puertas con un menú que incluye –desde luego- aquel plato que encantó a Neruda en Pekín. El ‘pato a la laca’, barnizado con salsa de ciruelos, el mismo que llega brillante a la mesa, y tiene una piel tan crocante y tostada, dulce además, que se desprende suavemente de la carne.

El pato, como otras delicias, se sirve en enormes mesas familiares, giratorias, en las que cada comensal elige lo que le place, a medida que gira el cristal; ahí, brócoli chino, acelgas con pescado, patas de gallina, salmorejos de camarón y cangrejo, berenjenas dulces, y pastelitos de entrada, los mismos que son llamados ‘Dim Sung’ (corazones calientes, en cantonés); unos de los ‘Dim Sung’ más apetecidos son el

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