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Doña Carmina

Son múltiples las anécdotas que pueden contarse de un reportero recién llegado a un diario.

19 de febrero de 2020 Por: Medardo Arias Satizábal

Son múltiples las anécdotas que pueden contarse de un reportero recién llegado a un diario. Nunca olvidé la de un cronista cultural preocupado por conseguir el teléfono de la señora Carmina Burana. Ameritaba una entrevista.

Colección de cantos goliardos que proceden de los siglos XII y XIII, Carmina Burana aparece milagrosamente en el Siglo XIX en un manuscrito encontrado en Benediktbeuern, Alemania. Estos poemas están escritos fundamentalmente en latín medieval; otros, en alto alemán medio y algunos en francés antiguo o en lengua macarrónica, mezcla de alemán, latín y francés campirano. Carmina traduce canto y Burana es Bura, el nombre en latín de Benediktbeuern.

Se conoce que sus autores fueron clérigos y estudiantes que al parecer llevaban una vida errante y disipada.

Confieso que he leído con atención estos cantos, para entender a cuánta hondura puede llegar la palabra y por qué la poesía es otra prueba de la existencia de Dios.

Entre los que firmaron Carmina Burana, han sido identificados, entre otros, Pedro de Blois, Gautier de Châtillon y un rapsoda anónimo a quien llaman todavía ‘el archipoeta’.

Lo que aparece claro es que las églogas, los cantos a la paz de la noche y la naturaleza, han estado desde siempre en la condición humana. Así lo demuestra San Juan de la Cruz, nacido casi en la mitad del Siglo XVI -1542- en Fontiveros, Ávila. Tenido como uno de los escritores místicos más importantes, junto a Santa Teresa de Ávila y Sor Juana Inés de la Cruz, fue declarado patrono de los poetas en Lengua Española, el 8 de marzo de 1993, en ceremonia solemne presidida por el papa Juan Pablo II.

“Gocémonos, amado, y vámonos a ver en tu hermosura el monte y el collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura, y luego en las subidas cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos…”, cantaba el santo poeta.

Aquí algunas perlas encontradas en Carmina Burana:

“El sol ahora calienta pura y sutilmente y un nuevo mundo alienta ante la cara de abril. Ámame fielmente y comprueba la constancia de mi corazón y de mi mente toda. Estoy siempre ante ti hasta cuando estoy lejos, solo quien ama como yo, conoce las torturas del amor…”.

O este canto a la primavera: “En el regazo de Flora derrama Febo de nuevo su sonrisa y del abigarrado campo de flores, con los néctares Céfiro suspirando aroma. Al canto y a la cítara de la dulce Filomela ríen las pintadas flores de las vegas serenas, los pájaros se agitan dando gracias a las selvas y el coro de las vírgenes mil alegrías vuelcas…”.

De la vida disipada: “Y voy vagando como nave sin piloto, como pájaro que flota, sobre las aéreas planicies, no me detienen afectos, no me detienen moradas, me junto con mis semejantes que gustan del placer. Por el camino que voy anhelo el placer aún más que la salud, con el ánima muerta y la vida en la piel…”.

En Carmina Burana tiene enorme atención el canto báquico de quien brinda por todos: “Primero, por quien paga el vino, y de esto beben los libertinos, luego se bebe por los cautivos y tercero por los que están vivos; cuarto por los cristianos en conjunto, quinto por los fieles difuntos, sexto por las hermanas sin tino, séptimo por el salteador de caminos, octavo por los hermanos perversos, noveno por los monjes dispersos, décimo por los navegantes, undécimo por los discordantes, duodécimo por os penitentes, decimotercio, por los ambulantes. Tanto por el Papa, como por el Rey, todos bebemos sin ley. Bebe la señora, bebe el caballero, bebe el soldado y bebe el clero, bebe la sirvienta y el sirviente, bebe el perezoso y el diligente, bebe el rubio y bebe el negro, bebe el vago y el constante, bebe el sabio y el ignorante, beben los nobles y beben los viles, beben centenares y beben miles…”.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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