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Obituarios falsarios

En día pasado redacté un obituario para invitar a la misa de mi queridísima tía Nohemí quien falleció a la temprana edad de 105 años.

27 de mayo de 2019 Por: Mario Fernando Prado

En día pasado redacté un obituario para invitar a la misa de mi queridísima tía Nohemí quien falleció a la temprana edad de 105 años. Yo estaba cargado de emotividad para jalarme una nota pletórica de toda suerte de adjetivos elogiando y ponderando sus virtudes, pero me acordé que ella fue totalmente ajena a decir más de lo que se debía decir y hubiera rechazado lo que habría sido ajeno a su carácter adusto, impartiéndome un regaño mayúsculo acompañado de los términos “soquete” y “muérgano” con que me distinguía.

Lo anterior me ha llevado a reflexionar en torno a los lugares comunes y mentirillas que se leen en muchos obituarios y que se oyen en misas que ofician clérigos que hablan bellezas del fallecido sin saber ni siquiera su nombre.

Y aquí van algunas de esas frases cajonudas: “Fue esposo dedicado a su hogar” (¡falso!, hasta tres de sus queridas fueron al sepelio). “Soportó sus males con cristiana resignación” (¡mentira!, trataba a los putazos a sus enfermeras y a sus familiares). “En estos momentos de dolor” (¡no es así!, todos estaban matados pero de la alegría con su partida). “Se caracterizó por su humildad” (¡mentira!, fue siempre altivo y soberbio).

“Constituyó un ejemplo de generosidad” (por el contrario se distinguió por ser avaro y tacaño). “Rodeado del cariño de sus allegados” (¡no es cierto! Ya ni lo determinaban). “Padeció de una penosa enfermedad” (pues claro, era tuberculoso). “Forjó a punta de trabajo un modesto capital que puso al servicio de los más desprotegidos” (lo que hizo fue contrabandear a la lata y le daba unas migajas a las hermanitas de los pobres). “Su vida fue un ejemplo de transparencia” (lo que tuvo fue un sórdido pasado).

“Se distinguió por el amor a los demás” (explotador, negrero y esclavista). “Padeció estoicamente una inconfesable enfermedad” (sifilítico el maldito). “Lleno de las más excelsas virtudes morales” (atropellador y mala gente). “Su muerte enluta a las más raizales familias” (nadie sabía quién diablos era). “Generoso y desprendido” (gastaba más Supermán en taxis).

Pero también y como el papel puede con todo se atreven a decir “profunda consternación ha causado el prematuro deceso” (¡exageración fantasiosa!, a nadie le importó esa muerte y para quienes le conocieron, estaba pasado pero de irse). “Sus hijos desconsolados lloran su partida” (¿lloran? Están es felices ante la repartiña de sus bienes). “Dio ejemplo de bondad” (falso: era un déspota, tirano y grosero). “Tronco de raizal familia” (hijo de padre desconocido). “Ilustre patriarca” (y todos saben que era hijo de un expresidiario y una copera del café Alcázar de Popayán con tres hijos crápulas). “Forjó un hogar ejemplar” (¿con una hija casquivana, un hijo traqueto y el otro drogadicto?).

Pero la tapa de la olla es que después de que leen tales obituarios, el comentario de rigor suele ser, “ay, siquiera descansó”, seguido del vergajo remate final “y descansaron de él”.

Finalmente y con ocasión de la muerte de su señora esposa, su amarrete viudo tenía derecho -dentro del seguro que había comprado- a publicar un obituario de cinco palabras que redactó así: “Murió Azeneth. Vendo Mazda 323”.

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