Cali merece respeto

Se nos fue, no sabemos para dónde y no hay indicios de quién pueda volverla a encarrilar. No hay la persona, ni hay la voluntad de hacerlo.

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Foto de referencia. Migración Colombia tramitó la deportación de la colombiana Echeverría desde Suiza. | Foto: Archivo de El País

21 de feb de 2022, 11:55 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:30 p. m.

Esta es una ciudad -o pueblo grande para muchos- que está siendo irrespetada por sus mismos dueños, habitantes o como quiera llamárseles a las personas que viven aquí, en donde han nacido o llegado, en donde han levantado a sus familias, en donde estudian, trabajan, se divierten y gozan de su clima, de sus oportunidades, de su viento, de su sol, de sus lluvias, de sus árboles, de su gente, de sus deportes, de su salsa, de su baile, en fin de todos sus atractivos que de verdad son infinitos y únicos.

Sin embargo ésta -nuestra ciudad- viene siendo irrespetada por los mismos caleños de nacimiento, paso o adopción, tratándola a las patadas, apedreándola, destruyéndola, incendiándola, sin que una haya una verdadera cruzada o movimiento que ponga orden y, repito, que la haga respetar.

Miren no más el tránsito como está: el dolor de cabeza de las motos que me dicen que ya van en 800 mil y que ruedan y truenan la mayoría sin Soat y sin las revisiones de rigor. Circulan por los andenes, se meten por donde sea, invaden los carriles del MÍO, sus conductores no portan cascos y llevan hasta cuatro personas, hacen piques y nadie les dice nada porque de golpe se enojan y que susto, ¡corramos a escondernos!

El espacio público sigue siendo invadido a diestra y siniestra y no solamente por los vendedores disfrazados de desplazados sino por toda la fauna humana que se aposenta en los espacios públicos, las zonas verdes, los parques, en los separadores colmados de limpia vidrios que en una mano portan un trapo sucio y en la otra una piedra en caso que no se acceda a este ‘servicio voluntario’.

Capítulo aparte merecen los vecinos que no dejan dormir y que encienden una tronamenta cualquier lunes a la media noche mezclada con quejumbrosos vallenatos y música electrónica y ni se atreva a decirles algo por que le aplican el ‘tuqui-tuqui Lulú’

Aquí ya nadie respeta las señales de tránsito, ni las colas, ni se les cede la silla a los niños o a los ancianos. Aquí es el sálvese quien pueda.
Es el atarbanismo ramplón y rampante y el hijueputazo ventiao. La moda mamarrachuda de la chancla, la pantaloneta y la camiseta esqueleto desteñida, “eso es Cali, ve”.

Sí, es verdad: Cali se nos salió de las manos. Se nos fue, no sabemos para dónde y no hay indicios de quién pueda volverla a encarrilar. No hay la persona, ni hay la voluntad de hacerlo.

Estamos marchando a la deriva. Somos, como dijera el político-poeta, un barco que se hunde con las luces encendidas. Vamos de culo ‘pa’l estanco’ y mientras, tanto todo lo disimulamos con pañitos de agua tibia, con engaña-bobos con proyectos y propuestas que nunca se darán y con ese pan y circo nos envuelven y hasta nos hacen creer las que sabemos son mentiras y más mentiras.

Pero mientras tanto y por allá abajo se sigue cocinando la otra Cali que ha generado buena parte de este caos para repetir lo de va a ser un año.

No más irrespeto con Cali. Salgamos a defenderla, ¿o será que ya es tarde?

Administrador de Empresas, Abogado y periodista por vocación. Director y fundador de MF Publicidad Mercadeo Limitada, al igual que de los programas Mario Fernando Piano y Oye Cali. Galardonado en dos oportunidades con el premio Simón Bolívar de periodismo. Escribe para El País hace más de 40 años.

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