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Las armas de ‘Márquez’ y compañía

Hace una semana tomó forma una vieja disputa que venía cocinándose dentro de las Farc, casi que desde el momento mismo de la firma del primer Acuerdo de paz, hace ya casi tres años, en Cartagena.

5 de septiembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Hace una semana tomó forma una vieja disputa que venía cocinándose dentro de las Farc, casi que desde el momento mismo de la firma del primer Acuerdo de paz, hace ya casi tres años, en Cartagena. La disputa se resume en tres palabras: dejación de armas.

El conjunto de negociadores de las Farc planteaba, teniendo en mente el caso de Irlanda, que la entrega de armas debería ser progresiva, amarrada al cumplimiento de los acuerdos porque, parafraseando a su fundador ‘Manuel Marulanda Vélez’, el arma era el seguro de todo guerrillero y en este caso una herramienta de presión para garantizar una implementación en los términos y tiempos acordados. La desconfianza frente al Estado colombiano pero sobre todo frente a la dirigencia en el poder ha estado presente entre los guerrilleros, y comandantes como ‘Márquez’ y ‘Santrich’ no solo no son la excepción sino que representan el pensamiento más radical dentro de las Farc y le apostaron siempre a la paz pero con gran escepticismo.

Una vez le llegó al presidente Santos en la Casa de Nariño la pretensión de los negociadores en La Habana, puso el grito en el cielo e hizo llegar su pronta respuesta: un No rotundo. Esta resultaba impensable de cara a la polarización del país y con el uribismo respirándole en la nuca. Con un capital político agotado, su propuesta no tenía revés: desarme total con veeduría de las Naciones Unidas.

El mensaje encontró en Cuba a unos interlocutores embarcados en la posibilidad de la participación política como partido y una presencia garantizada de antemano en el Congreso, como había quedado pactado. Los negociadores le delegaron la decisión al comandante de las Farc ‘Timoleón Jimenez’ -‘Timochenko’-, presente en la isla durante la recta final, quien con la presión del calendario electoral y un elemental realismo respecto de la desigual correlación de fuerzas, no tuvo opción distinta a la de aceptar la condición de Santos.

Desde entonces se enconó una insatisfacción y un malestar entre comandantes y la tropa guerrillera que había permanecido a la espera en los campamentos. Muchos entregaron las armas sin convicción, con una rabia que terminó de alimentar, más temprano que tarde, el incumplimiento con la implementación del Acuerdo. Santos, su comisionado Sergio Jaramillo quien viajó rumbo la embajada en Bruselas casi de inmediato y el equipo del postconflicto mostraron inoperancia; galopó la improvisación y el aletargamiento, sin respuesta rápida por parte del Estado para copar los territorios Farc, que Duque tampoco ha conseguido enderezar, con unos resultados explosivos que ya empiezan a estallar: multiplicación de disidencias y recrudecimiento de la violencia, con toda su crueldad, como se está viendo en Suárez, Cauca, en la pelea por las rutas de la coca.

Los ocho comandantes guerrilleros que acompañan a ‘Iván Márquez’ forman parte de este grupo de inconformes radicales con el desarme express. Una postura respaldada por una desconfianza histórica que busca tomar forma político-militar, y que es tonto menospreciar. Cuentan con el negocio de la coca como combustible millonario para la guerra y una retaguardia que los protege en la frontera venezolana, además de la frustración de un pacto no cumplido que catapulta cualquier resentimiento.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla