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El Nobel fallido

Contrasta este premio a dos vidas de luchadores entregados a causas humanitarias, ejemplarizantes y transformadoras, con el otorgado al presidente de Colombia Juan Manuel Santos el año anterior.

11 de octubre de 2018 Por: María Elvira Bonilla

Allí estaba en su dolorosa y terriblemente humana rutina de 18 horas diarias de trabajo en el hospital Panzi en Bukavu, un pequeño poblado en lo profundo del Congo, el ginecólogo Denis Mukwege, cuando recibió la llamada para informarle que era el ganador del premio Nobel de Paz 2018.

En 20 años no se ha resignado al horror de las guerras que han asolado a su país; día a día sigue en su labor de reparar el daño físico que en sus partes íntimas sufren mujeres violadas -especialmente por grupos-, que se acercan a buscar alivio, al menos sanando su cuerpo mientras acopian su capacidad de resilencia para emprender el camino de la reconstrucción emocional que no siempre logran conseguir. Son miles las mujeres, casi diez diarias, las que ha tratado desde 1998, en una tarea silenciosa, sin aspavientos. Sobrevivió a un atentado hace 6 años
Nadia Murad tiene solo 25 años, iraquí de ascendencia kurda, fue capturada en Mosul y usada como objeto sexual por los fanáticos desbocados del Estado Islámico. No estaba sola, muchas otras niñas estaban como ella sometidas a tamaña esclavitud. Pudo escapar y convertirse en la voz que se levanta contra el uso de la violencia sexual como arma de guerra.

Contrasta este premio a dos vidas de luchadores entregados a causas humanitarias, ejemplarizantes y transformadoras, con el otorgado al presidente de Colombia Juan Manuel Santos el año anterior, por la firma de un acuerdo de paz sin haber siquiera logrado convocar ni unir al país en torno al sueño de la paz. El suyo fue un acuerdo con las Farc concertado a puerta cerrada, liderado por una cúpula de iluminados reunidos en el extranjero, desconectados del país, que terminó por dejar a Colombia más dividida y polarizada que nunca.

Santos recibió el anuncio del premio, en medio de la resaca, con el sabor amargo de la derrota del plebiscito previsto para que lo firmado fuera refrendado por la voz ciudadana, y que terminó por la refrendación de su fracaso en el intento por movilizar el país alrededor de ese gran propósito.

Lo premios Nobel son reconocimientos a realizaciones logradas y a la consistencia de una vida en ese propósito. La laureada paz de Santos, marcada por el cinismo y la indolencia, es una paz pegada con babas, de papel, sepultada por una montaña de normas y enunciados, plagada de improvisación, y lo más dramático, lo más cínico, desfinanciada y sin herramientas para su implementación.

Una paz que quedó expósita, que nadie defiende porque al final a nadie dejó contento, ni a los guerrilleros que rumian su decepción y frustración, su no-futuro, mientras cada vez más contemplan la posibilidad, casi que la necesidad de retornar a las armas; tampoco al grueso de un país desconcertado y sumido en el escepticismo, que empieza a sentir nuevamente vientos de guerra que anuncian una nueva página de violencia, probablemente más cruenta y desesperada que la padecida.

Santos a la hora de la verdad se limitó a borrar de la realidad la etiqueta Farc y a que éstas entregaran unas armas y ello le valió el fallido Nobel. Lo verdadero, lo real y necesario era dejar un país enrutado hacia una paz cierta, unido alrededor de un propósito común y en trance de construir un nuevo relato nacional, el de la paz y la convivencia. Nada de eso pasó.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla