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El fallido monumento a las víctimas

Con el respeto que me merece esta gran artista, su trabajo no resultó tan inspirador y reflexivo como la ocasión pedía. Para comenzar no se concibió como un monumento en un espacio público...

11 de julio de 2019 Por: María Elvira Bonilla

El solemne monumento que construyeron en Nueva York para que los norteamericanos y ciudadanos del mundo que visitan la ciudad nunca olviden la tragedia del 11 de septiembre, es un verdadero ejemplo de estética urbana con propósito: tener viva la memoria colectiva en torno a acontecimientos que no se pueden olvidar. El monumento está levantado en el mismo lugar del ataque terrorista del 2002 que destruyó las Torres Gemelas. Por años permaneció como un orificio doloroso, una herida en la ciudad con olor a muerte pero que el talento creativo logró transformar en un conmovedor y solemne espacio que invita a la reflexión.

El diseño resultó de un concurso que ganó el arquitecto israelí-estadounidense Michael Arad. Un bosque de robles conforman el parque en cuyo centro están dos grandes piscinas de agua que reflejan el cielo, construidas en los cimientos donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas. En sus muros están tallados los nombres de las 2977 víctimas que murieron en el ataque terrorista. El silencio reverencial con el que miles de visitantes se acercan al monumento además de los ciudadanos que lo transitan cotidianamente obliga a recordar el drama vivido. Una huella del horror del terrorismo, de la guerra, del odio, del fanatismo ciego, de la intolerancia que toma forma con respeto. Sin amarillismo pero con humanidad.

Su recorrido trae a la mente el trabajo que la escultora Doris Salcedo realizó con las armas de las Farc para rendirles homenaje a las víctimas del conflicto colombiano. Lo denominó Fragmentos y permanece en un espacio cerrado, aunque de entrada libre, en el barrio Santa Fe, en la zona antigua de Bogotá. La instalación de dos monumentos, uno en Bogotá y otro en la sede de la ONU en Nueva York, quedó incluso en el acuerdo de paz entre las Farc y el gobierno Santos. Fue construido con el hierro producto de la fundición de 7000 armas con las que la guerrilla hizo la guerra, un conflicto que dejó 300 mil víctimas. Su sentido simbólico no podía ser más acertado y contundente. Pero el resultado no tanto.

Con el respeto que me merece esta gran artista, su trabajo no resultó tan inspirador y reflexivo como la ocasión pedía. Para comenzar no se concibió como un monumento en un espacio público; que atropellara, que obligara a toparse con él y a pensar. Se construyó en un espacio cerrado en un recinto que tiene finalmente el sabor excluyente de los museos, cuando este ameritaba un parque, un generoso espacio público con un conmovedor monumento.

Doris Salcedo quiso hacer, como ella ha dicho, lo contrario: un antimonumento. En su esfuerzo por universalizar el lenguaje y no caer en realismos fáciles, rompió el equilibrio que debe existir entre la potencia conceptual y la fuerza comunicativa para movilizar emociones y sentimientos, obligatorio en cualquier ejercicio de memoria. Todo resultó tan abstracto como el mismo nombre: Fragmentos. Se trata de una gran superficie armada con cuadros de bella textura con el color gris del hierro de las armas, que está allí no para ser admirado sino para pisarse. No conmueve, no contacta emocionalmente, no comunica, propósito final, dejando nuestro doloroso conflicto sin referencias simbólicas, sin nada que ayude a que la huella del dolor tome verdadero asiento en la memoria colectiva.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla