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Duque, el presidente del 3 raspado

Está confiado en la paciencia de una ciudadanía escéptica con lo que se está haciendo, ante un gobierno que no transmite claridad sobre la situación ni confianza en lo que hace.

11 de marzo de 2021 Por: María Elvira Bonilla

Ni se raja ni pasa la prueba, ese es el saldo de dos años de gobierno de Iván Duque, atravesados por la pandemia. Mantiene el barco a flote a la par que subestima los problemas apostando que estos, por complejos que sean, acabaran disolviéndose con el paso de los días. El mejor ejemplo de su estilo de congelar los problemas sociales sin transformarlos o solucionarlos, al puro estilo Turbayista –el jefe político de su admirado papá Ivan Duque Escobar, instauró una forma particular de hacer política- fue el manejo que le dio a la protesta ciudadana de noviembre del 2019, que la pandemia paralizó, más no anuló. La presión de la olla del malestar y la protesta ciudadana sigue aumentando con nuevos ingredientes. Mientras tanto, el Presidente ni se mueve, ni decide; permanece silencioso y pasivo.

En esa ocasión fue sordo al clamor polifónico de la gente, de miles de jóvenes en la calle reclamando un cambio de rumbo para el país. El encargado de bajar la tensión a punta de promesas generales fue el hoy ministro de Defensa Diego Molano que le dedicó horas interminables a reuniones de unas mesas sectoriales y regionales de las cuales nada salió salvo la desactivación de la presión y el reclamo de la gente, especialmente de los jóvenes sin estudio ni trabajo, angustiados por ser escuchados. El largo ejercicio dejó un extenso documento del que no se volvió a saber y un listado de propósitos que el año de la peste se encargó de dejar escritos.

Y el Presidente sumido en una rígida rutina, con su grupo cerrado de colaboradores que rotan de cargo en cargo, comunicándose de manera rutinaria con su salida diaria en televisión en un programa que poquísimos ven y que frecuentemente es la única señal de vida que da. Su norma, no polemizar, no responder a las críticas, a los ataques frontales, como buen discípulo de Julio César Turbay. Con la pandemia, un asunto de vida o muerte, nos ha ido mal, y punto. La vacunación avanza lentamente, al ritmo mediocre que el gobierno impone, “se hace lo que se puede”. Está confiado en la paciencia de una ciudadanía escéptica con lo se está haciendo, ante un gobierno que no transmite claridad sobre la situación ni confianza en lo que hace.

Ni siquiera las exigencias dramáticas de la pandemia han modificado el talante presidencial profundamente ponderado, que lo hace ver como débil e indeciso, que avanza paso a paso, sin hacer oleaje. Igual es la situación de su gabinete que permite calificar al gobierno en su conjunto, con un tres raspado, que aunque no se hunda, difícilmente alcanzará la orilla de una cumplida tarea gubernamental.

Hay ausencia de un líder democrático con la capacidad para convocar al país por encima de las diferencias, en torno de un propósito nacional claro y alcanzable. Que presente una propuesta de futuro, máxime en estos momentos de incertidumbre por la pandemia; una propuesta que invite a volar, que contribuya a reinventarnos como país con sueños y aspiraciones en grande pero no imposibles. Con un tono que sacuda la modorra que se apoderó de la sociedad, agravada por el covid. El resultado, es que hoy la vara con la que cada quien se mide es más y más pequeña, como si se nos hubiera pegado aquello de que “se hace lo que se puede”.
Sigue en Twitter @elvira_bonilla