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Alcántara, una vida sin concesiones

Con un esfuerzo faraónico Pedro Alcántara Herrán logró finalmente volver realidad su...

14 de febrero de 2014 Por: María Elvira Bonilla

Con un esfuerzo faraónico Pedro Alcántara Herrán logró finalmente volver realidad su libro Alcántara. Son cerca de 500 páginas llenas de contenido, con calidad en la impresión, como debe ser, con lo que se reafirman el sentido del papel y la tinta. Un libro mezcla de memorias, testimonios gráficos y textos en forma de entrevistas, de crítica, documentos y referencias históricas de época -Popayán, Cali, pasados tan cercanos-, recuerdos de familia, de infancia, de abuelos, de patios y calles, de olores y sabores, cronologías inconclusas pero definitivas en la vida del artista caleño. Un testimonio de vida y de obra. Como era de esperarse Alcántara prefirió esperar años, antes de dejarse imponer el látigo comercial que habría sometido su libro a una camisa de fuerza en tamaño, volumen y calidad editorial. Quería irse in extenso. Por esto lo hizo a través de la Fundación Función Visible, que con el apoyo de la Alcaldía de Cali y el Ministerio de Cultura lograron hacer de Alcántara además de un deleite visual, una invitación a la reflexión histórica y del rol de las artes plásticas en la sociedad. Con su alma libertaria, sin deberle nada a nadie Alcántara finalmente logró su cometido: un recorrido de destreza artística y de trabajo, de convicciones y de compromiso, existencial y político, de búsquedas a través del grabado y la pintura, de la tinta china y la tempera, de trazos libres y rayones, dejar ver su alma y revelar su pensamiento a través de entrevistas y encuentros con los grandes artistas de América Latina y del país. Allí están también sus compañeros de época, los que se han ido Fernell Franco, Carlos Mayolo, Hernando y Lucy Tejada, Enrique Buenaventura, Arturo Alape, Jan Bartelsman... y los que sobreviven. La Cali de los años 60 y 70, la de los festivales de vanguardia y la Bienal de Artes Gráficas, donde confluyó la Colombia creativa. Allí está el Alcántara del Nadaísmo y de los cinco Premios Nacionales y de la lucha desde la izquierda que lo llevó a militar en el Partido Comunista y a conseguir los votos para llegar al Senado en las listas de la UP en 1989. Si, el luchador político, jugado por la justicia social con una opción política a la que le apostó pagando incluso el peso del exilio pero de la que terminó decepcionado como lo relata en la carta que envió desde Europa en 1990 para renunciar al Partido Comunista: “...tras vivir de manera directa la unificación de Alemania y los acontecimientos dramáticos en Europa Oriental; tras confirmar la continuidad sistemática de los errores de nuestra organización política en Colombia y su obstinada vocación guerrerista, por demás obsoleta; tras un pormenorizado repaso de mi trayectoria política, parlamentaria e internacional, he decidido dejar los hábitos”. Para seguir, ya sin partido, en la defensa de sus ideales, consecuente, sin dejar confundir su destino como artista pero sin contemporanizar como lo hicieron tantos otros, participando de proyectos colectivos, de ciudad, como el concurso escultórico La Alameda Sol de Oriente o buscándole espacios a cualquier expresión cultural en un medio esquivo, con el que siempre ha manejado distancia. La distancia necesaria para no sacrificar su libertad y poder seguir pintando calaveras con sonrisas congeladas, tan presentes en un país que lo olvida todo.