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De Rusia con amor

Pareciera la frase perfecta para definir la política exterior de Rusia en la era de Putin, que, mirándola bien, no difiere mucho de la llevada a cabo por la Unión Soviética o la Rusia Zarista.

9 de abril de 2019 Por: Marcos Peckel

Pareciera la frase perfecta para definir la política exterior de Rusia en la era de Putin, que, mirándola bien, no difiere mucho de la llevada a cabo por la Unión Soviética o la Rusia Zarista. El amor es total, primero por la madre Rusia, después se reparte entre sus aliados en el mundo, una pléyade de personajes de tinte autoritario, populista y despótico.
“La desintegración de la Unión Soviética es el mayor desastre geopolítico del Siglo XX”, dijo Putin hace unos años y “que si pudiera lo reversaba”. Una frase que sintetiza los anhelos más profundos del zar de ‘todas las rusias’.

Con una economía anémica, sobre dependiente de recursos naturales, un ingreso per cápita anual de unos 10 mil dólares, muy inferior al de los países occidentales, sin mayores perspectivas de crecimiento, la política exterior se constituye en uno de los bastiones de apoyo y popularidad del mandatario.

Los últimos años han sido testigos de importantes movimientos telúricos en la geopolítica global que han beneficiado al Kremlin. Las dos guerras que en el marco de la ‘guerra contra el terrorismo’ emprendió Estados Unidos en Afganistán e Iraq se constituyeron en un desastre estratégico sin precedentes, que acabó con el hegemón norteamericano, creó un entorno geopolítico multipolar y caótico y minó la credibilidad y capacidad de maniobra de Washington en crisis globales.

La debacle económica del 2008 generó un cuestionamiento generalizado en occidente a la globalización, al libre comercio y la disciplina macroeconómica, cuyo resultado más visible es el desbarajuste europeo, la elección de Trump, el Brexit, el ascenso del populismo de derecha e izquierda y la erosión de la democracia como sistema político a emular.

En esas turbias aguas en las que principios y valores de otrora ya no aplican, el Kremlin ha diversificado su arsenal de política exterior obteniendo pingües resultados, por lo menos hasta ahora, siendo quizás el más importante su intervención en Siria para salvar a su aliado Bashar Al Assad, demostrando que Rusia se la juega toda por sus aliados, ‘de Rusia con amor’ podría decirse, al costo que sea. Georgia y Ucrania han sido víctimas del poder militar ruso frente al cual occidente ha reaccionado con sanciones que, si bien afectan la economía, no han tenido efecto alguno en cambiar la activa política exterior de Putin. Un poderoso ejército de hackers, trollers y bodegas, tiene en ascuas a las democracias occidentales por lo que consideran intervención en los procesos electorales para favorecer a los candidatos de los afectos del Kremlin, como aparentemente sucedió en Estados Unidos y otros lugares.

Uno en la lista de aliados emproblemados es Maduro en pleno patio trasero de Estados Unidos y Rusia no ha dado señales que vaya a abandonarlo, por el contrario extraños vuelos de aviones militares rusos que aterrizan en Maiquetía y una, sin precedentes, advertencia a Colombia por su apoyo a Guaidó, hacen parte de la estrategia de mantener a su ficha en Miraflores, sin temer un posible daño en las relaciones con el grupo de Lima, que ha mantenido un ensordecedor silencio frente a la agresiva política de Putin en contravía de una región que busca el retorno a la democracia en Venezuela.

Putin es adalid del conservadurismo, de la estocada a lo políticamente correcto, tanto en el ámbito social como en sus relaciones con el mundo, exponente máximo del realismo puro y duro, sin escrúpulos, ajedrecista excelso que con un tablero inferior logra amedrentar y poner en jaque a sus múltiples oponentes. ¿Cuánto le durará?