Continente desintegrado

La paradoja es que los países latinoamericanos han jugado un rol fundamental en el multilateralismo global, sin poder replicarlo en su propio terruño.

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7 de jun de 2022, 11:55 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 04:48 a. m.

No hacían falta las desavenencias públicas alrededor de la actual Cumbre de las Américas que se realiza en Los Ángeles, para una vez más demostrar que América Latina es un continente desintegrado, carente de peso geopolítico y consensos básicos.

Si nos remitimos al conocido y derrotista adagio “desde el desayuno se sabe cómo será el almuerzo”, el congreso anfictiónico convocado por Simón Bolívar en Panamá, entonces Colombia, en 1826, para unir a la ‘América liberada’ fracasó rotundamente. Desde entonces, más de lo mismo; inhabilidad de los países del continente, a los que se podrían o no sumar las islas del Caribe, de establecer un proyecto de integración que convierta a esta región geográfica en un bloque geopolítico.

La fundación de la OEA en 1948 en la novena conferencia panamericana, hubo ocho antes que se caracterizaron por enfrentamientos entre los Estados de la región, poco contribuyó a la integración de los Estados de América Latina. Fue quizás más una reminiscencia de la doctrina Monroe.

Cabe sí resaltar, que, tras superar algunas guerras entre Estados principalmente en el Siglo XIX y un par en el Siglo XX, ha sido América Latina un ‘territorio de paz’, entendiéndose como libre de guerras entre Estados. Sin embargo, han abundado los conflictos internos, golpes de Estado, dictaduras y guerras civiles.

A comienzos del milenio los presidentes Lula y Chávez buscaron crear proyectos de integración, suramericana y latinoamericana, sin Estados Unidos, ‘pegados con babas’. Unasur, un muerto que no ha sido enterrado, y que podría revivir, nunca cumplió propósito alguno, más allá de organizar cumbres en las que Colombia fue siempre el ‘patito feo’. Celac, otro embeleco lulo-chavista sobrevive por la inercia que tienen los organismos internacionales para volar sin alas, sin propósitos, sin norte ni sur. América Latina y el Caribe tienen dos puestos no permanentes en el Consejo de Seguridad y son numerosas las instancias en que votan diferente en temas de la agenda internacional. La paradoja es que los países latinoamericanos han jugado un rol fundamental en el multilateralismo global, sin poder replicarlo en su propio terruño.

Quizás en el terreno comercial ha habido avances subregionales que, sin embargo, han trastabillado al vaivén de las posturas de los gobiernos como el Pacto Andino, Mercosur, la Alianza del Pacífico, Caricom y el Sistema de Integración Centroamericano. Algo es algo.

América Latina ha fracasado en la defensa de la democracia, tras la ola de democratización que se tomó el continente a finales del siglo pasado. Nacieron democracias imperfectas, con facturas pendientes, pero democracias, al fin y al cabo. Fue quizás el punto de quiebre, la Asamblea General de la OEA en Panamá en 2007, cuando su secretario general José Miguel Insulza se arrodilló ante Chávez, tras las amenazas que este profirió de retirarse del organismo, si este emitía una condena por el cierre de Radio Caracas TV. Loable la labor titánica que realiza su sucesor Luis Almagro en defensa de la democracia.
Frente a los objetivos de la cumbre: lucha contra el cambio climático, reactivación económica y defensa de la democracia, muy poco se puede esperar de este encuentro, del cual fueron excluidas las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba por decisión del presidente anfitrión. En protesta, anunciaron su ausencia los presidentes de México, Bolivia y Honduras. Poco importa para ellos la democracia continental. Cumbre desintegrada.

El evento sí es aprovechado por decenas de miles de migrantes centroamericanos que marchan hacia la frontera solicitando se les permita ingresar al ‘sueño americano’, tras doscientos años de despojo, hambre, marginación y violencia. Nadie les parará bolas.

Sigue en Twitter @marcospeckel

Analista internacional para varios medios en Colombia y el exterior. Fue profesor de la Universidad de Externado hasta 2022 y es actual docente de la Universidad del Rosario. Colaborador y columnista de El País desde el 2001.

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