Columnista
La Navidad se escucha: la música revela la ternura de Dios
La música nos invita a contemplar a Dios reposando en el humilde portal de Belén; y al hacerlo, transforma la escucha en contemplación y en recogimiento.
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10 de dic de 2025, 02:26 a. m.
Actualizado el 10 de dic de 2025, 02:26 a. m.
La Navidad nos invita a detenernos ante el misterio de Dios que se hace niño y entra en la historia con una belleza divina que sorprende y transforma nuestra esencia. A lo largo de los siglos, la música clásica ha ofrecido un camino privilegiado para contemplar este acontecimiento: un medio fecundo donde la fe se acrecienta, se ilumina y se fortalece. Nos llama a sentir ese misterio santo: Dios entra en la historia con la ternura de un Niño para acercarnos a su luz.
Antes de toda orquesta y de todo ornamento, la Iglesia entonó el canto más simple y luminoso: Puer natus est nobis, el introito gregoriano que proclama con sobriedad y pureza que ‘un Niño nos ha nacido’. Esa melodía sin adornos, sostenida en un solo hilo de voz, revela la esencia de esta celebración: una belleza que no depende del brillo exterior, sino de la verdad interior. Su claridad invita a la humildad, a la escucha y a la contemplación serena.
Bach, en su Oratorio de Navidad, abre con el jubiloso Jauchzet, frohlocket — '¡Regocijaos, alegraos!’—, una invitación a la alegría que se traduce en un acto de fe. Las trompetas no celebran una fiesta humana: anuncian que la promesa se ha cumplido, que el Dios del Puer natus est ha entrado en la historia. El compositor despliega un universo sonoro donde cada coral responde como un eco colectivo al misterio. Wie soll ich dich empfangen —‘¿Cómo debo recibirte?’ — expresa el deseo de un corazón que se prepara para acogerlo, mientras Schlafe, mein Liebster susurra el reposo amoroso del Niño: “Duerme, querido mío, goza del descanso, que luego por el bien de todos velarás”.
Surgen entonces las preguntas: ¿qué reposo? ¿qué descanso? Indudablemente, el reposo del alma. ¿Dónde se encuentra la plenitud de Dios, el cielo? En la humildad de dejar suceder a Dios en nosotros: permitir que nos habite. Ese es el anhelo de todo cristiano: encontrar en la humilde cuna el afecto infinito que invita a recibir al Niño Jesús en el pesebre del corazón.
El oratorio es el anuncio de un evangelio sonoro en presente, donde se alternan júbilo, contemplación y plegaria. Es un nacimiento que se escucha con una claridad que renueva y sostiene la fe.
Los corales desempeñan un papel fundamental en esta arquitectura del espíritu. En ellos, Bach hace resonar la voz colectiva de la Iglesia no como proclama triunfal, sino como acto de fe comunitaria sostenido en la simplicidad. La homofonía, deliberadamente sobria, otorga a estos momentos un carácter casi sacramental: la melodía conocida se convierte en acompañamiento espiritual, en una forma de presencia que conforta y sostiene. Aquí, la ternura se vuelve comunión: una teología cantada que invita al corazón y al intelecto a participar.
En las arias, la voz solista se despliega con una expresividad que roza lo místico. Bach utiliza modulaciones suaves, intervalos ascendentes que parecen elevar el alma y giros melódicos que evocan el asombro reverente ante el misterio del Verbo encarnado. La devoción se manifiesta como un movimiento interior: la música interpreta la Encarnación no desde la majestuosidad cósmica, sino desde la vulnerabilidad amorosa de un Dios que entra en la historia como Niño.
El compositor articula esta belleza divina mediante un lenguaje musical rigurosamente construido. Las intervenciones del oboe d’amore y de las flautas, con su timbre cálido y pastoral, configuran un espacio acústico que sugiere cobijo y humanidad; sus líneas ondulantes envuelven el texto bíblico con la delicadeza de un gesto contemplativo. Las cuerdas, pulsadas con moderación en los movimientos más íntimos, instauran una atmósfera de silencio fecundo, donde cada frase parece custodiar el secreto de un Dios que se hace pequeño.
En conjunto, esta obra maestra constituye una categoría estética y teológica de primer orden. Es el modo en que se hace audible el corazón del cristianismo: la Encarnación como acto de infinita proximidad. La música nos invita a contemplar a Dios reposando en el humilde portal de Belén; y al hacerlo, transforma la escucha en contemplación y en recogimiento. Allí, se ilumina la transparencia del sonido cuando el Niño Jesús se hace presente.
Entre las obras más destacadas de la tradición musical navideña, dos creaciones —aunque separadas por los siglos— convergen en un mismo propósito espiritual: el Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach y el de Camille Saint-Saëns trazan un arco sonoro que ilumina el sentido profundo de la celebración. No expresan un júbilo superficial; es una alegría que brota del recogimiento. Nos convocan a un abrazo sonoro que profundiza el sentido de la Navidad: acoger al Niño Jesús con dulzura, arrullarlo en el afecto que nace del corazón. Aquí, la música habla al oído en un diálogo íntimo con la fe; se hace melodía que envuelve, y la oración brota en lo profundo, despertando en el alma el misterio de lo sagrado.
Estas dos obras magníficas embellecen la celebración, pero no son un adorno: revelan la centralidad de la fe y la convierten en vida, permitiendo que el misterio resuene desde lo más hondo del ser. Nos hablan del Dios que se hace pequeño para que nadie tema acercarse a Él.
En el canto gregoriano, en Bach y en Saint-Saëns, cada nota proclama que la Encarnación es un acontecimiento real: Dios entra en la historia para transformarla desde dentro.
Que, en este acontecimiento sublime, todo lo vivido, escuchado y contemplado nos conduzca al encuentro con el Niño Jesús, allí donde el corazón alcanza a intuir lo inconmensurable: el instante sagrado en que Dios revela su ternura y se acerca para habitar con nosotros. Y entonces, en la hondura del silencio y de la música, comprendemos su presencia:¡es Navidad!

Docente pedagogo y especialista en Filosofía y Letras, con experiencia en relaciones humanas, ética empresarial y gestión cultural. Divulgador de la música culta, integra rigor académico y sensibilidad artística. Su labor impulsa la formación cultural del país.
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