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Alberto Castro Zawadsky

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La dicha de enfermarse

En 40 años he podido comprobar cómo ese mismo poder de superación llevó a miles de colegas en toda Colombia a lograr una de las mejores redes prestadoras del mundo.

3 de febrero de 2024 Por: Alberto Castro Zawadsky

Tuve el privilegio de integrar un equipo de colegas que resolvimos no resignarnos a practicar medicina tercermundista. Arriesgando escasos patrimonios, adquirimos equipos con los que cada vez prestamos más y mejores servicios, lo que nos dio los recursos para construir una sede en la que logramos no solo un altísimo nivel profesional, sino comodidad en un ambiente bello y distinto para los enfermos. “Que no se sientan en un hospital” fue la instrucción que Raúl H Ortiz supo plasmar para aprecio y disfrute de muchos.

También fui muy afortunado en poder visitar, enseñar y practicar en culturas y sistemas muy diversos de primero, segundo y tercer mundo, lo que me dio un aprecio renovado por lo que tenemos. Como prestador, nunca sentí, ni en los centros más avanzados, que podía hacer las cosas tan bien como aquí. En 40 años he podido comprobar cómo ese mismo poder de superación llevó a miles de colegas en toda Colombia a lograr una de las mejores redes prestadoras del mundo.

Aunque son muchos los ejemplos en Cali y en todo el país, hay que destacar lo que logró el Centro Médico Imbanaco con el tesón de los médicos y el empuje del Dr. Armando González. Pero tal vez el ejemplo más asombroso es la forma como el Dr. Vicente Borrero logró canalizar la filantropía del Valle para construir el más imponente centro hospitalario que la mente más ilusa hubiese podido imaginar. Enorme, funcional, cómodo, bello y lleno de miles de atentos y dedicados ‘sanitarios’ (como le dicen en España a quienes viven de cuidar a los demás). No solo tuvo la capacidad para imaginar cientos de servicios en todas las especialidades, sino que lo volvió realidad: más de 700 médicos, atendiendo, educando e investigando con gusto, recursos y comodidad.

En la medida en que nos da la ‘duradera’, tendemos a pasar más tiempo del lado del que recibe y menos del que da, por lo que he sentido profundo orgullo al comprobar que enfermos de todas las condiciones somos atendidos cumplidamente, con amabilidad y seguridad en un ambiente que combina jardín botánico, con plazoleta de restaurantes y odisea del espacio.

Alguna vez, el portento moral que fue Álvaro H Caicedo me pidió que lo operase de algo más porque había pasado delicioso en cirugía. Respetando a quienes sufren, la confianza que transmite Valle del Lili, enciende una luz de dicha.

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