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Alejandro García

Era médico, tenía un cuerpo atlético, algo de pelo y una sonrisa muy bella. Viéndolo, nadie habría adivinado que venía del infierno. Que era invulnerable porque estaba frito.

14 de noviembre de 2018 Por: Julio César Londoño

Un día, hace cuatro años, llegó a mi taller de escritura un hombre de cuarentitantos años. Era médico, tenía un cuerpo atlético, algo de pelo y una sonrisa muy bella. Viéndolo, nadie habría adivinado que venía del infierno. Que era invulnerable porque estaba frito.

El hombre se ganó un lugar en el taller con intervenciones breves, prosas sin comas y parlamentos que eran una suma de medicina y perplejidades, de blasfemias serenas y plegarias con chanfle. Luego nos hicimos amigos conversando 60 km/semana (continuábamos en La Recta los debates de las clases).

Mañana, Alejandro García (el condenado 3164825683) lanza Indicativo condicional, un libro de ensayos anómalos. Digo ensayos porque son reflexiones sobre la muerte, y sobre la muerte de la muerte, es decir, el suicidio. También sobre las películas, las canciones y los libros que ama. Y sobre la bicicleta, el tío Floro y la discoteca de Hugo. Y son anómalos porque están escritos con una prosa rápida, con un estilo que combina la concisión del aforismo y la generosidad de la narración, con una inteligencia que no parece de este mundo, un escepticismo sin humildad ni soberbia, y una percepción de gran angular, del hombre que no puede dejar escapar nada porque ya lo perdió todo.

Las frases que Alejandro intercala en sus ensayos son de una elegancia pasmosa. Como estas, de Ciorán.

Todos estamos en el fondo de un infierno donde cada instante es un milagro.

El suicidio es una idea interesante que conviene postergar.

¿No es descortés abandonar un mundo que tan gustosamente se ha puesto al servicio de nuestra tristeza?

O como esta, del poeta y empresario de pompas fúnebres Thomas Lynch: Deberíamos ser firmes con nuestras heridas, fieles a nuestro destino, pacientes con las maquinaciones del cielo.


O esta, de Thomas Szaz: Si le hablas a Dios, estás rezando; si te contesta, eres esquizofrénico.

O las de D. F. Wallace o Arreola o de un bolero o de una película o las frases que atrapa en la calle o en un bar de Lima gracias al dominio de un oficio olvidado, el arte de subrayar.

O las suyas, escritas con la sangre y la belleza de la hija que se mató. Esas frases que nos hablan de un presente condicional y nos explican que si ella viviera él “extrañamente, hablaría con algún dios. Creería en el destinoy no en que las cosas ocurren, simplemente. La religión me parecería aún adherida a la muerte. Supondría que somos amos de las emociones, no sus esclavos. Viajaría solo para ver el mar. Creería con fervor en algún modelo político o social. Tendría más ideas y menos obsesiones. No habría entendido nunca el verso de Pavese: vendrá la muerte y tendrá tus ojos, ni aquella vieja sentencia: si quieres oír la risa de Dios, cuéntale tus planes”.

“Tu cuarto ahora es una ventana vacía que mira sin ojos hacia las montañas. Tú eres esa cosa que está y no está, un indicativo condicional, pero en la casa te seguimos conjugando”.

Como estrellas invitadas, o infiltrados entre los alumnos, por el taller han pasado sujetos de peso. Emilio Aljure. Lisardo Suárez. Betsimar Sepúlveda. Isabel Romero. Robinson Grajales. Eduardo Serrano. Benjamín Barney. Carlos Miranda. Rodrigo Guerrero. William Ospina. Antonio Caballero. Roberto Burgos Cantor... Caviar del Caspio.
Hoy debo agregar un nombre a la lista, Alejandro García.

Disimulando la envidia que me produce cada línea suya, mañana presentaré su libro en Promédicos, Cali, a las 7 de la noche.
j-clondono@hotmail.com

Sigue en Twitter @JulioCLondono