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"Se acerca el fin''

Desde hace algunos años, aunque debiera decir que durante casi toda la vida, he sentido que se cierne sobre el planeta, donde por azar de los himeneos vinimos a parar, la amenaza del fin.

28 de marzo de 2022 Por: Jotamario Arbeláez

Vejete que vegeta entre vegetales, bajo las hojas de la arboleda y entre un bosque de libros, continúo escribiendo en primera persona del singular y en presente de indicativo, con leves alusiones a tiempos remotos. En mis manos recae la ópera prima de Homero, de quien a pesar de las dudas acerca de su existencia siete ciudades griegas se disputan su nacimiento. También miro por Netflix la película Troya, donde Aquiles se presenta como Brad Pitt. Quien termina por abatir la ciudad de los altos muros. La de Troya es la única guerra que me interesa. Donde dijo Néstor ante los jefes aqueos, de lo cual tomé atenta nota: “Sin familia, sin ley y sin hogar debe vivir quien apetece las horrendas luchas intestinas”.

Desde hace algunos años, aunque debiera decir que durante casi toda la vida, he sentido que se cierne sobre el planeta, donde por azar de los himeneos vinimos a parar, la amenaza del fin. Más concretamente ahora que en los comienzos del milenio uno y hasta del dos, amparada en los vaticinios de profetas lunáticos que no cumplieron. Sus seguidores en túnicas y sandalias se quedaron con las pancartas que decían “Se acerca el fin”.

Y se acerca, no tengamos duda. Por diferentes factores. Y puedo decirlo porque me jubilé de profeta, así fuera de opereta o de pandereta. En mi caso considero como causa primera la longevidad que nunca esperaba, que es la que marca fatalmente la despedida. En la infancia filosofábamos en la escuela que el anuncio del apocalipsis era una pavada porque no existiría el fin del mundo. Que el mundo se acababa para el que se iba muriendo. Y el que fungía de sacristán apuntaba que la vida seguía en un planeta celeste donde tocaban y cantaban bandas de ángeles. Los del M-19 decían: “El que se murió se jodió”.

Llegó la guerra y tras ella la guerra fría, congelada por años después de la segunda mundial que dejó sesenta y dos millones de muertos, más los 300 mil mal contados de nuestra primera Violencia. En cualquier momento una de las dos potencias triunfantes, por error o errada interpretación, podría descargar bomba de hidrógeno, o a menor escala lo que ahora está usando la santa Rusia contra la madre Ucrania, mísiles supersónicos contra la población civil y hasta sobre hospitales de infantes como en Mariúpol, lo que ha ocasionado además de los muertos la emigración multitudinaria a través de Polonia. Muchos de los izquierdista que se habían vuelto pacifistas ahora los vemos justificando a Putin porque el gobierno de la Ucrania independizada es de tendencia fascista, y machacando el imperialismo de Estados Unidos, que desapareció con la muerte del Tío Sam cuando el gobierno de Obama, y que para los izquierdistas parece que pasó desapercibido. Juro que lo leí en los periódicos del 2015, en letra chiquita en algún rincón.

Y qué tal la aparición del implacable e inaplacable sida, como advertencia a los tiradores de cuerpo entero, sobre todo de angosta vía. Hasta se lo catalogó de castigo divino a los practicantes del “sexo excrementicio”, como lo definió un senador. Pero en comparación con la irrupción del novedoso Covid-19, la poeta Dina Merliní apuntaba que por lo menos se adquiría tirando, y no como el virus chino por sencillamente obturar un timbre o saludar de mano a un contaminado.
Por dos largos años ha tenido al mundo enmascarado y empanicado.

Y llegamos a las jornadas electorales en nuestro precioso país. Tiembla el establecimiento y quienes han conducido la batuta, por el triunfo previo de quien se ha propuesto desafiarlo y desenmascararlo. Ante ese terrorífico aviso los que han tenido la sartén por el mango deberán apelar a medidas desesperadas, lo que podría propiciar la hecatombe. Porque se siente que el pueblo no aguanta más. Pero ya no estoy para echarle leña al fuego, aparte del de mi chimenea. Que me permite seguir tranquilamente leyendo a Homero. Tan sólo preocupado porque se
acabe el mundo antes de mí.

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