Pérez y Caballero

Por eso lo venero. Se me ocurrió decirle que debajo de cada escrito rumbo al periódico o a la imprenta ahora escribo MaraVilla de Leyva, La montaña mágica, que así se llama mi casa, y la fecha.

GoogleSiga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias

13 de jun de 2022, 11:50 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:45 p. m.

Estuve en esta plaza de Villa de Leyva por primera vez en 1970, durante la proclamación del tercer partido por el general Gustavo Rojas Pinilla, para poner a la venta en medio de la multitud anapista El libro rojo de Rojas. No tuvimos mayor éxito con nuestra mercancía, pero quedé alelado con la belleza de la plaza, de las montañas que la enmarcan, de su arquitectura colonial, de su leyenda, y me pregunté como cualquier Antonio Nariño, si no sería el lugar más apropiado para vivir en lo más similar a un paraíso antes de partir. Paraíso empedrado que fue mar y aposento de dinosaurios y donde una diosa muisca se propuso con su hijo bajar de la laguna a poblar el mundo, y aquí me tienen.

Pero a lo que se me ha invitado es a presentar una exposición y a despedir otra, en la despampanante Galería Pérez Rojas. Hace unos días tuve la fortuna de ingresar a este templo del arte, a contemplar una monumental muestra de 79 obras de Luis Caballero, cultor de la belleza del masculino género joven, a la manera de los genios renacentistas. Fogosas imágenes con sugestivas y eróticas distorsiones donde se eleva el deseo a lo sacro, en a la vez impía y piadosa colección de la también artista imbatible Beatriz González, tan amiga del alma del pintor de la mano diestra, maestra que le escribió desde París un rimero de cartas que acaban de ser publicadas en preciosa edición por la Universidad Tadeo Lozano con el título Pobre de mí, no soy sino un triste pintor. Y en realidad esos mensajes son el canto de la quejumbre desde el corazón de uno de los más grandes artistas del pincel de la historia reciente y de la pasada, y comprueba que para el ser dotado de genio es muchas veces más inspiradora la pena que la ventura. Hoy está muerto, y con lo que vale su obra, si ello tuviera un precio terrestre, se pagaría sobradamente una suscripción de felicidad en la eternidad.

Me fue una sorpresa, un encanto y un privilegio el relacionarme con Domingo Pérez, hermano de Mario y Aura, hijos dilectos del maestro Antonio Pérez, quienes ahora están al comando de esta nave planetaria de la pintura. Y me invita Domingo a que exprese algunas palabras acerca de las obras por descolgar y recién colgadas, de dos artistas para mí amados. Tuve la gracia de conocer en París a Luis, elaborador de cuerpos titánicos con sus trazos y su destreza, esos que él pretendía que fueran “especies de íconos religiosos, cargados de vida y de misterio”.

Ya instalado en esta mi tierra por la poesía prometida tuve también la fortuna de conocer por esta calle al maestro Antonio Pérez, quien me decía al saludarme: poeta, cuando feche sus escritos o hable de este lugar, no diga simplemente Villa ni diga Leyva, diga siempre Villa de Leyva. Por eso lo venero. Se me ocurrió decirle que debajo de cada escrito rumbo al periódico o a la imprenta ahora escribo MaraVilla de Leyva, La montaña mágica, que así se llama mi casa, y la fecha. Me lo aprobó palmeándome el omoplato. Y ahora estoy en su casa, contemplando su obra que es su presencia. Porque el artista no se va cuando ha dejado recreado el mundo en el que ha vivido. En ese sentido, el maestro Pérez con sus obras, donde deja hoja por hoja y ladrillo por ladrillo con una precisión que deslumbra plasmado nuestro paisaje, es un refundador o recreador de la que debió soñar su inicial fundador don Hernán Suárez de Villalobos, quien el 15 de junio de 1572 bautizó la villa como Santa María de Leyva.

El maestro Antonio Pérez fue en Bogotá alumno del formidable maestro Luis Alberto Acuña. Por esas casualidades de la vida ahora los dos maestros tienen sus sendos museo y galería cruzando en diagonal la plaza.

Suspendo mi perorata y los dejo en la contemplación de la obra del maestro Pérez, donde cobran vida las piedras coloniales y los caserones ruinosos y melancólicos, y donde resplandece la vejez de las cosas bajo el sol esplendente, que traza su pincel prodigioso cargado de la nostalgia de lo que fue.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

AHORA EN Jotamario Arbelaez