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Los amigos de la vida

De entre ellos recuerdo cuando perdí al caballero más fino, al más amable, al más generoso, el más ingenioso, al director de la Anda y de su revista, a Carlos Delgado Pereira...

8 de agosto de 2022 Por: Jotamario Arbeláez

He tenido en esta bendita vida que se me está prolongando sin haber cumplido la misión que me encomendaron unos maestros que eran también amigos -la de contar la historia del mundo de los amigos en éste y los otros mundos-, amigos de todo tipo en quienes me he apoyado para escampar tempestades físicas, sentimentales, éticas y morales. Más amigos que amores, vale decir, por cuanto estos últimos suelen desaparecer al llegar el próximo. En cambio un amigo nuevo se convierte en el amigo de los amigos de siempre. Un amigo más, decía después de su nombre aquel que estrechaba una mano. Son pocos los amigos que exigen que se rompa con otro amigo porque es su enemigo. Y muy blandos o muy tibios los que lo hacen.

Comienzo por los amigos de farra, los de la ebriedad por las carreteras y en los billares y en las casas y calles de mala reputación que era donde uno hacía valer su virilidad de la peor manera, los cómplices en los bailes y los levantes y defensores en las peleas a porrazo limpio, los que le prestaban la camisa para llegar presentable a la casa, los que se hacían pasar por uno cuando alguien le disparaba. De entre ellos recuerdo y exalto a Alfredo Sánchez Serna.

Los amigos de oficina, con quienes se compartía el horario del tedio y se jugaba a las confidencias, se tapaban las faltas y se rajaba del jefe, se servía de fiador y llegaba uno a casa justificado después de una pérdida de dos días. De entre ellos recuerdo y exalto a Fabio Lozano, el brujo.
Los amigos de la peligrosa solidaridad ideológica, cómplices en la conspiración subterránea, así no se militara sino con la simpatía. De entre ellos recuerdo y exalto a Carlos Pizarro, el comandante-papito.

Los amigos literarios y filosóficos con quienes se conspiraba sin armas, se firmaban manifiestos colectivos, se conversaba de libros que se prestaban, de exposiciones y conciertos y películas de estética común, de nuevas teorías que aparecían, de premios que se ofrecían y que había que ganar, se pedía un prólogo y, como creían en uno, eran lógicamente los más inteligentes de la manada. De entre ellos recuerdo y exalto a Gonzalo Arango, el profeta.

Los amigos ocasionales con quienes no se tenía nada en común sino el hecho de verse en brincos toda una vida, coincidiendo en el momento menos pensado que era cuando se requería de un refuerzo para una argumentación, una recomendación, una defensa o un préstamo. De entre ellos recuerdo y exalto a Álvaro Bejarano, el loco.

Los amigos indelebles que son aquellos de los que uno no puede carecer así no tengan que ver en nada sus ideas ni sus intereses, los que conoció de chiquito y en todas las etapas dejaron su impronta, los que pensaron que eran parte del cuerpo de uno como uno parte del alma de ellos. Siameses. De entre ellos recuerdo y exalto a Víctor Mario Martínez, ‘Pitillo’.

Los amigos elegantes y poderosos en sus manejos de una realidad dominante en un sistema para uno extraño, maestros en lo que le comunican para luego solicitarle una interpretación por escrito, que le valoran sus trabajos y le permiten, como se dice vulgarmente, ir tirando.

De entre ellos recuerdo cuando perdí al caballero más fino, al más amable, al más generoso, el más ingenioso, al director de la Anda y de su revista, a Carlos Delgado Pereira, a quien exalto en mi permanente recuerdo.

Cómo se dolió mi corazón con su partida, tan discreta como su vida triunfante, ya que se supo ir sin sufrir y sin hacer sufrir a los suyos con enfermizos padeceres. Se puso de acuerdo con su corazón, y hasta luego. Su esposa e hijos, sus colaboradores, el país que lo honró con importantes representaciones, la empresa privada, la publicidad, el periodismo, el jet set discreto y sus amigos de todas las gradaciones, sentimos que lo habíamos perdido. Pero era un decir. Los perdidos fuimos nosotros sin su presencia.

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