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Las putas tristes

¡Cómo me dan pena las tristes mujeres de la vida alegre de...

22 de abril de 2014 Por: Jotamario Arbeláez

¡Cómo me dan pena las tristes mujeres de la vida alegre de Gabo! Descontando que el libro es tan bello e incitante como las frutas rojas del aoki en el burdel del Nobel Kawabata, su admirable modelo japonés y otoñal suicida, habría que entrar a considerar la utilización del taco puteril en portada, Memorias de mis putas tristes. Eso hizo Arismendi por radio con tres escritores curados de espantos pues no salen de su pasmo los medios de comunicación -sobre todo los de la imagen y el sonido- por tener que estar moliendo la socorrida palabra, autoprohibida secularmente, cuando no de manera explicita. Daniel Samper y Héctor Abad se declararon defensores de oficio de la palabra subida, mientras que este nadaísta se manifestó en cierta forma chocado por tal putez. Y no es porque no hayamos molido escatología desde nuestros primeros manifiestos de hace más de cuarenta años -ese reclamo me hicieron, como si los años me hubieran hecho mojigato, a mí, que no peco-. Pero eso era antes de reconciliarme con Dios y con la literatura y empezar a escribir bonito. Y de retomar mi precoz vocación de robinjud de rameras, que me acarreara las trompadas de ciertos chulos y alguna triste gonorrea baudeleriana.Estos títulos de Gabo me van a matar a mí. En esta oportunidad, porque me pongo en las pantaletas de la féminas afectadas. Lo que parecería un homenaje a las prostitutas termina siendo un ludibrio. Llamar puta a una mujer, por puta que sea, es desconsideración que no debe tenerse con una amada, y menos si son muchas, porque entonces el puto es uno. El personaje longevo confiesa, en esta “relación de las miserias de mi vida extraviada”, haber tenido acceso a 514 putas antes de bajar la frecuencia. La palabra puta se usa para injuriar a las que no lo son, como hacen los maridos ardidos y los panfletistas procaces. Es preferible pegarle a una mujer una bofetada que decirle puta. El sopapo se mitiga con árnica, la palabrota hiende la carne. No veo muy digna ni elegante la expresión proviniendo de quien proviene y dirigida a quienes se dirige, a las niñas que no le permitieron perder el polvo. Y en tratándose del oximoron de una puta virgen. Que, sagitario perfecta, “cumple quince años el cinco de diciembre”. Pero si dice el autor de esta memoria ficticia que “el título le cayó del cielo”, qué le vamos a hacer. Debe ser porque hasta Jesucristo hablo de las putas, pero para decir que nos precederán en el reino de los cielos. ¡Ave María!Lo que hay que aplaudir del título es que, con él, Gabo ha hurgado con el dedo en la llaga de la Academia, que de putas pocón pocón. Es su fiera revancha contra el bloqueo que le aplicaron en la última reunión mundial de académicos en la Argentina, frente a lo que tuvo que brincar Saramago a defenderlo. Y lo que hay que admirar no es tanto la potencia del narrador de 90 años ni su tranca imbatible, sino la inimitable prosa de que hace gala. Si cuando era profesor sus crueles alumnos le pusieron el mote de Mustio Collado, en sus últimos tiempos más hubiera merecido el de Campos de Soledad. Gabito ha sacado a las mujeres de la calle de sus burdeles y las ha entronizado en los clubes de lujo del lenguaje, como son los medios de comunicación. Ahora hasta por la radio las nombran, y la TV, y no con eufemismos como mujeres de vida airada o de vida fácil. Tiempo y espacio habrá para hacer recensión del contenido de este patético breviario amoroso que apunta hacia lo sublime, y que interpreto como una patada llena de amor en el culo de la muerte. Hoy debí limitarme al debate acerca del terminacho en el título. Con razón los hijos de estas trotonas dignificadas se tomaron el derecho de poner su edición pirata en la calle, antes que Norma y Mondadori su edición príncipe.

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