La tabla de contar de Amarú

La poesía se hizo para cantar las maravillas del mundo cuando la poesía tenía buenos ojos para mirarlo. Y ahora para señalar sus fisuras y ensayar de corregirlas con la palabra.

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23 de may de 2022, 11:50 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:42 p. m.

La conocí en Cali en un piyama party con otras poetisas mayores, cada una mejor que la otra, donde las piyamas permanecieron incólumes pero circularon los poemas hasta saciarnos. Me sentía una especie de príncipe troyano en medio de Julia Simona Guerrero, de Orietta Lozano y de la venezolana del 77 que me acababa de dar la mano.

Cuando me dijo que se llamaba Amarú me remití al valiente y sacrificado inca Túpac y a ese símbolo aimara de la sabiduría representado como una serpiente alada con ojos cristalinos, cabeza de llamas, cuernos de taruka y cola de pez. Pero también acudí a mi mochila, donde llevo el libro compañero de viaje que en esta oportunidad era Amaru, el autor hindú de los cien poemas tendentes al erotismo, de los cuales escogí alguno que leí en la velada y que me congració con las deidades. En medio de la velada me sentí como un Paris incapaz de conceder la manzana a ninguna, para no propiciar otra guerra de Troya. Con la guerra que no para en Colombia a pesar de haberse firmado la paz ya es suficiente. Además, que las dos colombianas venían siendo mis preferidas.

Me fui familiarizando con la poesía de Amarú Vanegas y vi que tenía el mismo corte de Amaru, el mismo esplendor expresivo, y me maravillé de la coincidencia. Me pregunté si sería su nombre de pila o un rebautizo referenciado. Leer esta poesía confiere un alto placer estético por su impecable y elegante formulación, pero al tiempo un hondo dolor ya que en el fondo su contenido es bien lacerante. Es la descripción de la llaga con el voquible sagrado. Con su lenguaje de Sibila pronostica lo que pasó que es lo que nos puede seguir pasando si no cambiamos, las matazones continuadas como las que se vienen sucediendo en Colombia.

Días después volví a ver a Amarú en la Casa de Citas -que así se llama nuestra verdadera Casa de poesía- y en la Feria del Libro de Bogotá. Compartí con ella varias mesas de lectura y en cada una me había fascinado más la finura de su palabra y el aparato teatral del recitativo. Caminar con ella del talle por entre cientos de miles de lectores y millones de libros fue mi júbilo durante los días del evento. Como lo fue el encuentro fortuito en el stand de Pigmalión con su director Basilio Rodríguez Cañada, quien me ofreció espacio para Los días contados.

En el momento del cierre de la Feria me despedí de abrazo con ella, y al día siguiente cada uno por su lado comenzó a sentir los anuncios del covid, del que los poderes inmarcesibles de la poesía nos sacaron avante y sin novedad en el frente. Si no fuera por la poesía, qué sería del mundo que nos ha dejado la falta de poesía. De la poesía que es cura, aliento, milagro, resurrección. Pero también la punta de daga que señala el punto donde hubo el dolo, el dolor, la dolencia.

Me siento algo superficial al referirme más con anécdotas que con análisis a una poesía tan honda. Pero qué culpa tengo si así me hice, influenciado por el compañero poeta nadaísta que expuso: “Amo tu piel, es decir, te amo profundamente”. Ser frívolo es mi manera de ser profundo, porque en las profundidades es donde mejor me debato.

La poesía se hizo para cantar las maravillas del mundo cuando la poesía tenía buenos ojos para mirarlo. Y ahora para señalar sus fisuras y ensayar de corregirlas con la palabra. O por lo menos para encargar de ello a los ingenieros del paisaje y del porvenir.

Ábaco, el libro que me concede el privilegio de presentarlo a mi estilo, precisamente para Pigmalión, comienza con un auto epígrafe que señala el origen de las guerras en los juegos infantiles de cuerda, donde los dioses espolvorean sales violentas. Y emplaza a los desplazados a conciliar los extremos de la cuerda.

Amarú es la poetisa poetísima que actualmente acapara la atención lírica hispánica. Se merece la manzana de la concordia. Me pongo la piyama para seguir leyendo.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.

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