La corona de la obra
Ese sí era un desafío bien berraco. Al que le he dedicado 63 años solares. Y la poesía me granjeó también él Honoris Causa de la Santiago de Cali.
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7 de mar de 2022, 11:50 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:32 p. m.
Continúo con mi eternal remembranza, ahora con una razón de sobra: la preciosa edición de Mi reino por este mundo, los poemas de la vida, por el programa editorial de la Universidad del Valle, y su espléndido despliegue en la Librería Nacional. Nací y viví hasta los 16, cuando explotaron los camiones con dinamita en la 25, en el barrio de San Nicolás, en cuyo parque leyeron libros, alquilaron bicicletas donde Umaña, jugaron billarpool donde Cuco, dieron sus primeros pasos de baile en el Morocco y entraron al teatro a ver películas mexicanas Armando Romero y Felipe Ossa, hoy grandes como poeta y decano de los libreros.
Hice mi bachillerato en Santa Librada, donde participé a pedrada limpia en el derrocamiento de Rojas Pinilla, y de la mano del profesor Varela quien me hizo conocer a Prévert y a Louis Aragon me enrumbé por la poesía. El profesor de dibujo Luis Aragón Varela me mandó a los infiernos de Goya. Mi ingreso a la indisciplina del Nadaísmo me hizo perder el sexto y por consiguiente no recibí el diploma de bachiller.
Escribí mi primer poema nadaísta, Santa Librada College, que dio vueltas por el mundo sin internet, y me hizo ganar premios con sucesivos libros donde lo intercalara. Pasaron 15 años hasta que el profesor Hermínsul Jaramillo lo planteó en la Junta Directiva: “Qué vamos a hacer con este Arbeláez que cada vez que gana un premio nos hace quedar como un cuero diciendo que es el único alumno en la historia del colegio al que no le dieron diploma”. Y acordaron concedérmelo Honoris Causa, en ceremonia con misa y ramo de rosas en desagravio a mi madre. Desde entonces no he hecho más que recibir homenajes del claustro, entre otros la Medalla de Ilustre Egresado y el bautizo de su Auditorio, que por algo se está derrumbando con casi toda la estructura de la edificación sin que las entidades sucesoras del general Santander le hayan metido mano para pararla, en vísperas de su segundo centenario.
Por entre los corredores del colegio solía encontrarme Armando Romero, dos o tres cursos más atrás, y en las reuniones creativas nos enfrascábamos en peripatéticas reflexiones como si el de Colón fue uno de los huevos de la gallina de oro. De todas maneras no tuve cómo entrar a la universidad, no solo por falta de recursos económicos de papá, sino por mi reciente posición anarquista a la reconquista de un mundo por desenquistar mediante la poesía. Ese sí era un desafío bien berraco. Al que le he dedicado 63 años solares. Y la poesía me granjeó también él Honoris Causa de la Santiago de Cali.
Un personaje maravilloso, mi primer mecenas, fue don Jesús Ordóñez, fundador de la Librería Nacional, quien la trajo de Barranquilla a Cali en el 61. En uno de sus dos locales de la Plaza de Cayzedo construyó una Galería de Arte que nos sirvió para hacer los primeros Festivales de Vanguardia. Y luego me nombró Jefe de Relaciones Públicas. Por aquel tiempo trabajaba con eficaz consueta el señor Luis Ernesto Ossa, padre de Felipe, quien hacía sus primeros pinitos acomodando volúmenes. Fue escalando posiciones por su pasión por los libros y, como sucedió con algunas grandes empresas de la quinta avenida, heredó el manejo de la librería a la muerte de don Jesús y la encumbró a donde está.
Pues bien, luego de una penosa travesía editorial logró aparecer el pulcro y sensacional volumen, con prólogo augusto de Armando Romero, carátula de mi compañero publicitario de la juventud, Carlos Duque, y guardas del pintorazo picassiano Hernán Darío Correa. Y todo el despliegue ofrecido por la Librería Nacional a través de Felipe Ossa.
No le puedo pedir más a la vida que este premio de Gutemberg. Que coincide con el Premio a la Vida y a la Obra que me concede la Gobernación del Valle, con diploma y espeso cheque entregado en el Hotel Spiwak.
Lo celebro con mi Cali del alma levantando una copa de champaña mientras despido la cálida visita desde Barcelona de mi nieta de brazos. No hay plazo que no se cumpla antes del plazo final.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.
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