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Nadaísmo en finés

El nadaísmo no se limitó a la literatura, tuvo que ver con todo, hasta con la filosofía y la política y la religión.

6 de febrero de 2023 Por: Jotamario Arbeláez

En una Feria Internacional del Libro de Bogotá coincidí con Ainokaissa Huusko, quien me hizo acordar de Aino en el Kalevala y del poderoso personaje Mainamoinen, que la acechaba. En nuestra primera conversación le hablé del Nadaísmo, movimiento poético descendiente de las vanguardias europeas y cercano a la Beat Generation. De él hice parte desde joven. En los años 60 incursionamos en la revista mexicana El Corno Emplumado, que dirigían los poetas Margaret Randall y Sergio Mondragón. Gracias a esa publicación nos dimos a conocer y conocimos la gran poesía del mundo de entonces. En una de sus entregas, dedicada a la poesía de Finlandia, encontramos a un cantor que nos conmovió a todos, y de él tomamos algo de su insolencia revolucionaria. Su nombre era Pentii Saarikoski. Nacido 1937, nos era prácticamente un contemporáneo. Hoy, con la aparición de este libro, no puedo menos que convocar su recuerdo. Lamentar que haya muerto en el 83, y consagrarle esta llegada de la poesía nadaísta a su constelado país.

Para celebrar los 60 años del Nadaísmo (1968), la Biblioteca Nacional de Colombia me encargó un panorama de sus principales integrantes, que cuajó en el tomo virtual ‘33 poetas nadaístas de los últimos días’, libro que cayó en manos de Aino durante su permanencia en Bogotá. Su lectura la decidió a hacer una antología de la antología, y aquí presenta, traducidos al finés, a 11 poetas, 6 hombres 5 mujeres, de acuerdo con su irreversible criterio. Son inquilinos permanentes, presentes e idos, de ese refugio de rebeldes sin cauce que desde su primera juventud hasta su edad avanzada se alzaron contra todo y contra todos con el fierro de la poesía. Poetas adolescentes que ni siquiera se bañaban, consumían incienso y cannabis aturdidos de rock and roll y, cortejantes de lo imposible, pretendían poner al mundo patas arriba y manos arriba con sus altisonantes proclamas.

Nuestro terrorismo verbal, porque nunca usamos un arma, era una ‘respuesta violenta a la violencia’, esa guerra civil que en diez años había dejado millares de asesinados y no en combate. Se salía de la primera serie de crímenes partidistas, para desembocar en la guerra entre el Estado y la guerrilla, a la que llegarían para sumarse paramilitarismo y narcotráfico, más una delincuencia común colada y una oligarquía depredadora.

Los nadaístas, a pesar del escepticismo y el pesimismo adquiridos en los libros que leían y en los desmanes que veían, desde siempre esgrimieron la manifestación literaria como denuncia de los oprobios, vinieran de donde vinieren: del Estado delincuente, del empresario tramposo, del guerrillero alzado con pretensiones de redentor, del funcionario venal y del señor juez.

Alguien advirtió que, dadas sus fachas de demacrados existenciales y sus melenas proféticas, los nadaístas eran solo una generación de degenerados de los tres sexos por entonces determinados, y una horda de dinamiteros de la palabra, lo que se llamaba terroristas verbales, que lo único que lograban era espantar a la beatería. Lo que nadie sospechaba era que toda esa barahúnda se hacía en procura de apagar la saña homicida del homínido ignominioso en que deveníamos.

El nadaísmo no se limitó a la literatura, tuvo que ver con todo, hasta con la filosofía y la política y la religión. Con lo que no tuvo relación, ni para bien ni para mal, fue con el deporte, única actividad en la que le ha ido bien a Colombia. Pasados más de 60 años la poesía nadaísta adquiere carta de ciudadanía mundial. Cuando ya sus principales cultores que no lo han hecho, tramitan sus pases de cortesía para el concierto arcangélico.

La historia no pasa en vano y trae sus sorpresas. Fue un nadaísta político, Humberto de la Calle, quien logró la paz de Colombia, tras la firma habanera del gobierno y las Farc, la más antigua guerrilla del continente. Y Patricia Ariza, poeta nadaísta, activista teatral y perseguida política, en el actual gobierno de Gustavo Petro dirige la cultura de nuestro país. Gracias, Finlandia.

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